viernes, 23 de diciembre de 2016

La Noche del Destino

          ―Se hace tarde, pequeña.
         En el interior de aquella ventana, de cristal helado por fuera y cálido por dentro, la silueta de dos figuras podía verse en el segundo piso de aquel acogedor hogar. Aquella noche desprendía un aroma a magia que se posaba lentamente sobre el techo de la familia.
            ―No tengo sueño, papá.
         El padre, intentando desviar la atención de su hija, miró hacia la ventana.
            ―¿Has visto cómo cae la nieve?
            ―Hoy hay más que otras nochesrespondió mientras rodaba por la cama.
         El padre, mirando su reloj de bolsillo, lo cerró sonriendo y le dijo a la niña:
            ―Claro. Eso es porque hoy es una noche especial.
            ―¿Por qué?quiso saber con suma atención.
            ―Existe un cuento que afirma que hace años ocurrió algo esta misma noche. Algo tan grande que cambió el mundo de muchas personasdijo el padre con la mirada perdida a través de la ventana. Un acontecimiento que el tiempo moldeó hasta convertirlo en leyenda.
            ―¿¿¿Ah siii???preguntó la niña con una expresión de exagerada curiosidad¿Me la cuentas?
Mientras su padre guardaba el reloj de nuevo en su bolsillo y volvía hacia ella, se sentó en la cama acariciando su frente y respondió:
            ―Claro que síafirmó arropándolaSe titula: La Noche del Destino.


         Cuenta la leyenda que hace muchos años un hombre vagaba sin rumbo por la ciudad. El frío invierno sacudía su bufanda sin descanso, su abrigo danzaba a un ritmo hipnótico a cada paso que daba y su pelo se alborotaba a pesar de estar protegido por un recio gorro de lana. Caminaba contemplando los adornos navideños. Los comercios vestían sus fachadas con flores, bolas de colores, gorros de Santa Claus y alfombras rojas a través de las avenidas. 

         Aquel hombre hubiera sonreído si no hubiera olvidado cómo hacerlo.

         Llegando a orillas del nocturno mar se paró a descansar. Allí sentado en una pequeña estructura de mármol, aguardó la llegada de la Luna desde el lejano horizonte. Ansiaba que su guardiana se reflejase en sus ojos como cada noche. Entonces miró sus manos, y recordó que había olvidado el calor que un día las recorrió.
         Pasado el tiempo otro hombre se sentó junto a él. Portaba un abrigo rojo con bordados dorados y un bastón con los mismos colores coronado por una gran bola de oro en su pomo. Por su figura y sus manos podía verse que era un anciano. Su rostro permanecía oculto bajo un embozo de sombras decorado con un silencio que no duró demasiado.

            ―Bonita nochedijo una voz ronca bajo la capucha.
           El hombre asintió amablemente, apartando la vista de la Luna por solo un instante.
            ―Este es un buen lugar para observarañadió el desconocido.
            ―Me gusta venir aquírespondió finalmente el hombre, Me ayuda a desconectar.
            ―Cuántas historias habrá visto esa diosa plateada en las miradas de la humanidadprosiguió el encapuchado. Seguro que si pudiera hablar narraría más penas que alegrías.
         El hombre afirmó para sí con algo parecido a una sonrisa.
         Un silencio largo se adueñó del lugar. El oleaje decoraba la noche con un leve susurro y las conversaciones de la gente que paseaba apenas eran más que pequeños ecos en un lienzo de tranquilidad.
            ―¿Usted también necesita tiempo para olvidarse de todo?dijo el hombre.
            ―¿Tiempo dices?preguntó el anciano entre risas―. Tiempo es lo último que necesito buscar. Mas que venir para olvidar, vengo para hacer que todo se pueda recuperar.
         El hombre no comprendió aquella respuesta, y a pesar de una inquietud que no alcanzaba a entender, quiso quitarle importancia a las palabras del anciano:
            ―Es una fría noche estarespondió al fin sin saber qué decir. Pero el anciano, que no iba a permitir un cambio de conversación, respondió:
            ―Tan fría como un corazón que olvidó su propósito… ¿verdad?
         Finalmente ambas miradas se cruzaron, y pudiendo distinguir los ojos de aquel encapuchado, este sentenció:
            ―Sé por qué estás aquí.
         Un escalofrío recorrió la espalda del hombre, que se había quedado sin palabras ante aquel siniestro ser. Confuso como nunca antes en toda su vida, no pudo evitar pronunciar una pregunta a duras penas cual acto reflejo de curiosidad y temor a partes iguales.
            ―¿Quién es usted?
         El anciano volvió a reír levemente.
            ―Eso depende de cómo prefieran llamarme.
            ―Yo soy...
            ―Sé quién eresinterrumpió. Créeme, no hace falta que busques mi empatía. Hace mucho que la tienes.
         El anciano por primera vez dejó ver una grisácea barba. No muy larga salvo por la barbilla, en donde sus dedos la mesaban de forma suave.
            ―Podrías llamarme Fátum. Sí. Supongo que ese está bien.
         El anciano hizo una breve pausa.
            ―Pero lo importante aquí no es quién soy yo, ni siquiera quién eres tú. Lo que de verdad importa... es quién llegarás a ser.
            ―No le entiendoreplicó el hombre con recelo.
         El anciano sonrió sin dejar de mirarlo.
            ―Nadie lo hace. Dicen que soy un tirano. Que nadie escapa de mi consejo ni de mi veredicto. Me temen porque afirman que sé cuál será el final de su viaje aún cuando ni siquiera ellos han decidido el rumbo. Dicen que me impongo a todo. Que soy la personificación de los sueños fallidos por culpa de mi simple presencia. Me han maldecido en cientos de lenguas y miles de épocas. Culpable del que no se atreve y salvador del que se da por vencido. Mas yo me considero un humilde consejero. La pregunta es: ¿A quién crees?¿A quienes dicen conocerme, o al que nunca da su opinión?
         El hombre meditó durante unos largos segundos. Contemplaba de arriba abajo la silueta del anciano envuelto en la túnica.
       ―Supongo…dijo al finque a aquel que no necesita dar explicaciones a aquellos que lo juzgan sin saber.
         El anciano Fátum sonrió como si esperase una respuesta así.
            ―Ahora pues podemos comenzar a hablar.
         El hombre, que se mantenía inquieto a la par que desconfiado, pudo presenciar cómo la sonrisa del viejo Fátum no se extinguía mientras buscaba algo en uno de los bolsillos de su gran abrigo rojizo y dorado. Dejando a un lado su bastón, buscó hasta verse reflejada en su tenue rostro una expresión de satisfacción al encontrar lo que estaba buscando. Fátum miró al hombre, extendió su mano y le ofreció un pequeño reloj de bolsillo tan antiguo como el tiempo mismo. Un reloj dorado con inscripciones negras sujeto a unos pequeños eslabones del mismo color.
            ―¿Y esto?―quiso saber mientras entrelazaba la cadena del reloj entre sus dedos.
            ―Ábrelo.
            Con sumo cuidado, apretando un pequeño botón en la parte superior el reloj se abrió en la palma de la mano de aquel hombre.
            ―Está parado―dijo dirigiendo su mirada al anciano.
            ―Así es.
            ―¿Qué quiere que haga con él?―insistió.
            ―Nada.
            De nuevo, el silencio.
            ―Este reloj no marca las horas. No necesita tu atención para ser útil. De hecho, será él el que te estará vigilando hasta llegado el momento.―Sosteniendo de nuevo su bastón y ocultando aún más su rostro, el anciano apoyó sus manos sobre el pomo dorado que coronaba su fiel apoyo―. El tiempo es muy relativo. Puede pasar tan rápido que asusta, o tan lento que se convierte en una agonía. Con este reloj ocurre algo parecido. Solo se activa en las manos de aquel que tiene un motivo para el latir de su corazón. Sus agujas se mueven al ritmo de aquello por lo que uno más esté dispuesto a luchar.
            ―Por eso no se mueve…―añadió el hombre.
            ―Exacto.
            Con aquel reloj sujeto firmemente, casi con rabia, recordó por un instante el calor que una vez sintió en sus gélidas manos.
            ―Pero…―añadió Fátum― yo sé cómo puedes hacerlo funcionar.
            El hombre negó con la cabeza.
            ―Dudo mucho que eso ocurra.
            ―También dudabas cuando te pregunté si creerías quien soy, y sin embargo, veo una chispa de ilusión y ganas de creer en lo que digo en tus ojos.
            Las manecillas permanecían quietas. El metal del reloj, helado. Los doce números allí presentes le devolvían la mirada esperando ser señalados…
            Hasta que al fin asintió.
            El anciano se levantó lentamente de su asiento y recolocó su capucha antes de mirarlo para ofrecerle un pequeño papel:
            ―Ve a este lugar cuando creas que es el momento. Lleva el reloj contigo. Al caer la noche, vuelve a mirarlo.
            Tras aquello el anciano comenzó a alejarse lentamente. Mientras, el hombre, con el reloj en una mano y el papel en la otra, se levantó bruscamente y gritó antes de que se marchase:
            ―¿Cómo sabré que no me equivoco?
            Fátum, continuando con sus pasos y sin volverse hacia él, le dijo:
            ―Arriesgándote.
            Desvaneciéndose en la noche hasta hacerse invisible, sentenció:
            ―A diferencia de lo que tu gente piensa, los espectros no buscamos haceros daño.

            Cuentan que después de aquella noche el hombre volvió a su casa. Aguardó durante varios días con un único pensamiento en la cabeza. Dudó y sintió miedo, pero algo le dijo que debía hacerlo.
            Cuentan que llegada la noche que el hombre creyó oportuna, tras un día especial sin conocer el motivo exacto, obedeció las órdenes de Fátum al llegar a casa. Se sentó durante largo rato perdido en mil dudas y, cuando estuvo preparado, cerró los ojos, respiró hondo, apretó con fuerza el reloj en su bolsillo… y miró sus manecillas.
            En ese momento, como si todo el daño jamás hubiera existido, aquel hombre recordó cómo sonreír de verdad. Sus manos se volvieron cálidas de nuevo. Su pecho volvió a latir con nueva vida.
Y a pesar de que no fue consciente de aquello, aquella misma tarde ocurrió un suceso que desde entonces, cambiaría las vidas de muchas personas:

Pues desde que cruzaron miradas, el reloj en su bolsillo se puso en marcha por sí solo.

         Con su hija ya a punto de caer rendida al sueño, arropada en su pequeña cama y abrazada a un peluche antiguo, el padre besó su frente en mitad de un buenas noches, y echando un último vistazo a través de la ventana, se giró para salir del cuarto.
            ―Papá…dijo la niña luchando por que sus párpados no se cerrasen.
            ―¿Sí?―respondió ya bajo el marco de la puerta.
            ―¿Cómo se puede saber si esas historias son de verdad?
            El padre, sonriendo y mirando a su hija con ternura, volvió a acercarse a ella, sonrió, y en un leve susurro que su hija interpretó como un secreto, confesó:

  ―Porque te aseguro que en algún momento alguien las vivió.

-Vii Broken Crown -

''Nunca te alejes de mí''-Mägo de Oz, Moriré siendo de ti-.

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