Qué fácil se recorren distancias con la vista. Puedes estar aquí, sentado en este acantilado olvidado, y al instante levantar la mirada viajando hasta la línea inalcanzable. Allí dentro, a kilómetros de la costa. Sobre un mar en aparente calma que en realidad retuerce su superficie en la lejanía; un alboroto que sacude sus entrañas y que no podemos apreciar bajo una falsa sensación de paz.
Tal como la batalla que se libró en mi interior.
Me gusta este lugar. Hace mucho que le di significado. Algo que el tiempo no puede borrar. Como
ese collar que un día lo significó todo, ahora perdido en el fondo de un cajón.
Me gusta venir porque me recuerda quién soy. Lo que puedo llegar a hacer. Un recordatorio que se encargaron de hacerme olvidar y que me costó mucho recuperar. Ahora sé que el olvido no es la solución. Más bien la
raíz del problema. Las cosas importantes empiezan a morir cuando olvidamos por
qué nacieron. Pero olvidar por qué ocurrieron también es el pase VIP al tren de
volver a repetirlo.
Sí. Me gusta este lugar. Me gustará siempre aunque la fría
sombra de la tormenta que dejé atrás a veces asome la cabeza para recordarme su presencia. Me gusta
venir al alba a pesar de ser nocturno. La madrugada es mi refugio, allí donde
mis fantasmas saben encontrarme para regalarme inspiración. Y sin embargo, aquí
estoy, a punto de ver salir el sol. Renunciando a mi noche anterior para estar
aquí a tiempo y escribir unas líneas que pocos leerán.
Lo cierto es que soy más de atardeceres. Me siento fuera de lugar, ¿para qué mentir? Pero esa sensación
es ya vieja conocida desde que mi corona se quebró y me negué a recuperar sus
fragmentos.
Miré al frente sin motivo. Sentí la necesidad de hacerlo.
Pero al poco agaché la mirada. Parecerá extraño, pero siento que alguien me
mira. Allí, al filo del cielo y el mar. Observando por una rendija etérea hecha
de lo inalcanzable. Deseando lanzar un aquí
estoy en un grito sin voz.
Que este mundo no está hecho para la fantasía es algo que
asumí hace años, pero por más que se hayan empeñado en arrebatarme mi magia a
golpes de realidad aún me queda mucha para seguir soñando.
Sigo escuchando la poesía que recita el viento al amanecer.
Sigo viendo una promesa entre amigos bajo los rojos rayos del atardecer. Sonrío
con recuerdos que aún duelen y deseo a quien me destruyó que nunca sepa lo que
se siente.
La verdad es que no puedo entender ni yo mismo por qué sigo
deseándole lo mejor a quienes ya ni siquiera me recuerdan. Pero tampoco querría
desear lo contrario.
Que mi piel se ha agrietado con las sombras de un dolor
inexplicable es un hecho, pero que ni siquiera eso ha conseguido exterminar lo
que soy, también. Por más que lo niegue, por mucho que lo esconda; sigo siendo
yo. El rey de un reino que nadie busca. La raza casi extinta de quienes
creen en lo romántico, de los que quieren sin letra pequeña, de aquellos que, en
caso de lograr un difícil te quiero de sus
labios, podrías equipararlo al mayor de los tesoros.
Sé de sobra que esto ya no se lleva. Que estoy, de algún
modo, pasado de moda. Lo que se lleva hoy es lo rápido. El reemplazo. Lo superficial. No pocas veces he sentido que no pertenezco a esta época. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida en el Renacimiento y si mis valores serían un poco más comunes. Pero luego vuelvo aquí, a la mal llamada realidad, en donde incluso algo tan valioso como el amor tiene sucursales de comida
rápida.
Me siento perdido, abrumado por un mercado en donde la
demanda se reduce a lo físico, al ocultamiento de emociones y al perfeccionismo.
Ese es mi problema:
Se oferta indiferencia y yo no sé ocultar lo que siento.
Se vende perfección y estoy lleno de cráteres.
He visto cómo conocer a alguien es poco menos que una partida
de cartas en la que tienes que mantener en secreto lo que estás deseando jugar. Sientes la obligación de no mostrar tu mano, aunque sepas que todo lo que puedes poner sobre la mesa es más que positivo; porque al juego de la vida nos enseñaron a vivir de faroles. Callar lo que quieres gritar. Aparentar que no sientes lo que sientes. El dejar lo que me gustaría decir, o con suerte escuchar,
en el más triste silencio porque al mundo le asusta que muestres tus
sentimientos.
Lo que se lleva ahora es tan ajeno a mí que no pocas veces me
pregunto si el equivocado seré yo. Si el error, el defecto de fábrica, es
seguir creyendo que alguien más me busca. Que si me uniera a ese mercado poniendo
en el cartel lo que soy, y no lo que se espera que aparente ser, alguien
vendría a interesarse en lo que tengo que ofrecer.
Durante muchos años me convencieron de cosas que prefiero ni mencionar. Cosas que por suerte pude dejar atrás. Como un ave llena de alquitrán
incapaz de desplegar sus alas, acabé aprendiendo que yo era reemplazable. Que
no era alguien interesante. Que a menudo decía tonterías. Llegué a sentirme la
hormiga bajo la bota, temiendo la sombra que se proyectaba sobre mí ante la
amenaza constante de un final que no terminaba de decidirse a llegar. Ese llegó
a ser mi día a día en un silencio disfrazado de indiferencia. Haciéndome
preguntas sin respuesta. Perdiéndome en porqués inexistentes. Culpado por una
profunda insatisfacción que al fin comprendí que no habitaba en mí. Tiempos
difíciles que por suerte ya puedo decir que quedaron lejos.
Por eso hoy estoy aquí, lejos de mi atardecer; esperando el amanecer. Como un
símbolo de lo que he logrado hasta ahora, pues he cruzado mis sombras y las que
otros dejaron antes de irse y, a pesar de todo, sigo teniendo ganas de ser yo.
Para mí, estas primeras luces, ver este cielo alborear, no solo simboliza lo más obvio. Mi atención no se centra en ver el sol, ni la luz que supone su reminiscencia a la esperanza. Esta mañana el protagonista es el eterno eclipsado de estas vistas: el horizonte.
Lejano, pero existente.
Tal como te siento a ti ahora mismo:
Porque puedo verlo aunque sea incapaz de alcanzarlo.
He llegado aquí antes de que salga el sol para que nada interfiera en lo que quiero que sepas. A ti, lejana alma que no logro abrazar.
Porque sé que existes, pero no dónde estás. Porque te siento
lejana, pero sé que estás ahí. Deseando hacerte preguntas. Atreviéndote a volver
a compartir tu historia. Anhelando ponernos al día para poder comprender eso
que tanto dicen de que el camino mereció la pena.
Aunque tenga la sensación de que te alejas a cada paso que
doy sigo buscándote. Por más que me hagan ver que eres inalcanzable. Creo que
existes. Que estás ahí fuera. Sobre un mar de historias que nos separa,
negándonos la sonrisa que ambos merecemos de una maldita vez. Como dos viejas
almas que se reencuentran después de mil guerras en diferentes épocas. Con esa sensación
de saber que puedes confiar, sin saber por qué, pero deseando hacerlo.
Hace muchos años te escribí una carta. A ti, que sigo sin
tenerte frente a mí. Te dije que te esperaría donde quiera que estés. Tal vez
ese fue mi error. Esperar. Desear. Aguardar tu llegada sin pararme a pensar que tal vez tu tampoco encontrabas el camino. Por eso esta vez pienso
hacerlo diferente.
No voy a esperarte: Pienso salir a buscarte.
Saltaré a este mar de miedos y nadaré entre ellos porque sé
que me verás hacerlo. Cruzaré a nado esta distancia porque siento que me observas
desde el otro extremo del horizonte. Lejana, pero segura. Sí. Me gusta pensar que me ves intentarlo.
Muchas han sido las veces que me he negado a dejarme conocer. ¿No es obvio? Nadie es inmune al miedo, menos cuando este tiene argumentos pasados. Pero sin darme cuenta he dejado atrás el alquitrán de mis alas. Desperté, como hoy, con ganas de salir a buscarte.
Porque tú no tienes la culpa de lo que me hicieron.
Porque tú te mereces saber quién soy.
Porque tú no mereces a alguien roto.
Porque si te encuentro; verás lo que soy desde el primer momento. Sin filtros. Sin máscaras. Sin miedos ni equipajes del pasado. Creo que solo así llegaré a ver en tus ojos esa sonrisa involuntaria que se contagie a la mía, y sentir que nuestras almas al fin se han reconocido.
Por eso; se acabó. Se acabaron los juegos de cartas. No habrá estrategia alguna. Si mis cartas quieren salir a jugar lo harán. No pienso seguir las reglas de un mundo al que no pertenezco.
Y si al final el mundo tiene razón y eres inalcanzable, por
lo menos me ahogaré sabiendo que intenté abrazarte. Hasta el último aliento.
Creyendo que tú también buscabas a alguien como yo. Porque a esta vida le hace
falta unos versos carentes de razón que reciten una última esperanza de seguir
creyendo. Un relato que entrelace nuestros capítulos. Una poesía que, al menos, me saque de dudas para saber si existes.
Quiero saber dónde estás. Voy a descubrirlo. Algo me dice que debo hacerlo. Ahora y no antes. No puedo explicarlo, pero tampoco me importa. Ahora solo miro al horizonte. Nado hacia él porque siento que me llama. Como el último faro encendido que se acerca a pesar de dar la sensación de alejarse. Pero si llego a salir del agua será desde el otro lado. En el lugar que me dijeron que nunca alcanzaría. Lo imposible hecho posible. Lo inalcanzable alcanzado. Lo inexistente, abrazado. Porque ninguno tenemos la culpa de que no supieran el valor de alcanzarnos, pero los dos merecemos que nos quieran como lo hicimos.
Nadaré hasta el fin del mundo
para hacerte feliz.
No importa si me hundo:
Seré horizonte en ti.
Vii Broken Crown
''No busques cuentos con algún final feliz. Sé feliz sin tanto cuento y ponte a vivir´´. -Mägo de Oz, Te traeré el horizonte-
No hay comentarios:
Publicar un comentario