—Hace tiempo que te siento.
En una de esas noches en las que
algún ignorante diría que hablo solo, miré al cristal de mi ventana y dije esas
palabras. Era una noche fría, lluviosa, llena de esos truenos que tiempo atrás
tanto me gustaron. Las gotas golpeaban con fuerza el cristal desde el otro
lado. El vaho de mi aliento dibujaba una bruma sobre él. Pero ignorando las
luces del cielo nocturno yo solo me fijé en mi rostro en el cristal:
—Hace tiempo que te odio.
Apoyado en la mesa bajo la ventana. Con la mirada
clavada en mis propios ojos. Furioso. Odiando ese reflejo. Viendo en él no a mí
mismo, sino algo más. El producto de experiencias que nunca
quise conocer.
—No me mires así —le dije—.
Sé que estás ahí. Que puedes hablar. No eres parte de mi equilibrio. No eres
parte de Las Cuatro. Sé que ni siquiera eres el dueño de mis miedos porque, si
lo fueras, ya habrías sonreído satisfecho.
Mi reflejo no dijo nada.
Se limitó a observarme, furioso. Era extraño. Aquella noche sin luna sentí que
algo más, incomprensible y ajeno a este mundo, me miraba al otro lado de la
ventana. Algo familiar, pero desconocido. Pero estaba seguro; no era Él. El
señor de mi lluvia de sombras guardaba silencio. Todos en mi interior devolvían
la mirada a aquel reflejo con la misma fuerza. Era alguien nuevo. Una nueva
identidad que con el paso de los años fui siendo capaz de identificar. Quizás
demasiado tarde. Era una noche de sentimientos oscuros con aroma paranormal.
—Te sentirás orgulloso —le
dije—. Lo has conseguido. Te ha costado, pero después de tanto tiempo has tomado el control —mis
ojos me miraron entre gotas del cristal. Un rayo sacudió el cielo haciéndome
desviar la atención—. Me has hecho caer.
Has ganado. Me has cambiado. Joder, si ni siquiera me reconozco en el
espejo —reí furioso—. Yo no estaba solo en esta lucha. Pero tú tampoco. ¿Verdad?
Mi reflejo dejó a un lado
su ira para mostrar una seriedad carente de alma.
—He tenido buenos aliados para conseguirlo —dijo por fin una voz grave y oscura—. No lo habría conseguido sin ellos.
Sin duda tenía razón. Para bien o para mal seguía siendo
mi reflejo, o al menos, una deformada representación de lo que me había
convertido: Una imagen incapaz de mentir ni de maquillar sus palabras que
abandonó esa necesidad de agradar al resto hacía ya demasiado.
Volví a mirarle,
añadiendo:
—Nunca he luchado solo.
Ni siquiera cuando ignoraba que
existías. Pero supongo que mis aliados eran numerosos, mientras que los tuyos,
poderosos.
—El agua es escasa en el
desierto —respondió—. Lo bueno siempre escasea. Es por eso que agradecéis
hallar lo que llamáis felicidad: Solo la tenéis por momentos. A leves fragmentos de descanso. Y cuando pasan,
volvéis a la arena, al calor abrasador de la rutina. A la búsqueda desesperada
de sentir algo de nuevo. Todo lo bueno vive lo suficiente como para perder su
brillo. Ese instante que tan bien conoces resumido en cinco palabras: ‘’Ya no
es lo mismo’’.
Yo guardé silencio.
—Te suena, ¿verdad? —insistió—.
Sí. Lo conoces bien —mi reflejo clavó su mirada en la mía—. Dicen que soy el
resultado de un exceso de pasado. Soy la hermana de la ansiedad, que vive del
futuro. También del estrés, que reina en el presente. La muerte silenciosa que nadie percibe. Oculta
bajo una sonrisa de plástico que pudre el alma y oxida las emociones.
—Sé lo que eres —interrumpí—.
Pero no me has respondido: Ahora que después de años de lucha lo consigues, ¿estás orgullosa?
—Supongo que sí. Al final
me diste la razón. No había final feliz. Te lo dije. No lo creíste. Y tú mismo
alargaste lo inevitable. Todo lo que disfrutáis tarde o temprano queda en el
pasado. Por eso los llamáis buenos recuerdos.
Yo negué con la cabeza
sin dejar de mirarme.
—Yo ya no miro al pasado —respondí—.
No me importa nada de allí. Lo único por lo que giro la cabeza es para recordar esos errores. Pero estás concediéndote créditos que no te pertenecen. Si
estás aquí, si has conseguido que me arrodille, es por culpa del peso que otros
dejaron antes de irse.
—Mi fuerza proviene de
quienes quisiste —dijo—. De aquellos que, al menos por un tiempo, también les
importaste. O eso decían.
—Tu fuerza proviene de mi
debilidad —le aclaré furioso—. De mi agotamiento a tu eterno susurro. De
escucharte a todas horas durante años. De alimentarte creyendo a quien se fue.
Ahora solo pago las consecuencias.
—¿Me ves como un castigo?
¿Cómo una penitencia? ¿De qué? —quiso saber. Su mirada fría, luchando con la
mía llena de ira se cruzaron entre el cristal mientras respondía:
—De haber preferido
querer, a quererme.
Toqué el cristal con la
mano. El frío del exterior dibujó una huella en la ventana. Mi mente se perdió
en un mar de gotas de lluvia que se deslizaban hacia el suelo, rellenando cada
una de ellas con un recuerdo diferente:
—Si tienes poder es
porque he llegado a darme asco. Porque he sentido vergüenza de las cosas por
las que un día me enorgullecí. Actos de amor los llamé, sumergido en esa
mentira que yo mismo me inventé para convencerme de seguir. Eres el producto de haber
retenido lágrimas simulando sonrisas para que no se sintieran mal por mí. De
pedir ayuda y recibir rechazo. De pedir perdón en lugar de explicaciones. De
agachar la cabeza en lugar de voltearla. ¿Sabes lo que es pedir un abrazo y
recibir un empujón? ¿Sabes lo que pesa pedir un beso a quien te insulta? —miré
a mi reflejo golpeando el cristal con el puño—. No presumas de haber vencido
cuando el mérito de tu victoria me pertenece.
Mi reflejo me miró
insatisfecho, respondiendo:
—Si todo lo que he
conseguido es gracias a ti, ¿por qué entonces no me eliminas?
Yo le miré con los ojos
enrojecidos. La furia pasó a convertirse en impotencia.
—Porque eres una masa negra y pegajosa que se adhiere al alma y no la suelta. Un mal que cuando le abres la puerta ya no puedes echarlo. Un okupa que le roba el sitio a quien de verdad lo merecería. Sin darme cuenta me convertí en tu mayor aliado. Años preocupado por el bienestar de gente pasajera. Anteponiendo necesidades, prioridades y sentimientos ajenos a los míos —miré a mi reflejo de nuevo rebosante de ira—. He llegado a degradarme tanto para demostrar que me importaban que olvidé que yo también tenía valor.
Me miré en el cristal. La
lluvia aumentó. La noche se tornaba más oscura y la madrugada empezaba a
liberar a sus espectros más oscuros en mi cuarto.
—Un barco no se hunde por
el agua que lo rodea, sino por el agua que permite que entre en él —dijo—. Yo
solo soy lo que permitiste que te hicieran. El resultado de que apuñalaran tu
autoestima, de que desangraran tu confianza. Soy lo que permitiste tras
perdonar insultos, ignorar menosprecios y olvidar humillaciones.
—Por tu culpa cargo con
complejos que nunca tuve. Con traumas que ni siquiera me planteé que podían existir —le dije. Mi reflejo ladeó la cabeza—. Esta asquerosa sensación de no ser
suficiente para nadie más. De ser esa persona de la que tarde o temprano se
cansan. Ese aborrecible pensamiento de no ser más que un complemento pasajero
en la vida del resto. ¿Y sabes lo mejor de todo? Que cada vez que susurrabas algo así; te he creído.
—Tal vez la culpa sea
tuya.
—Tal vez. Pero ¿sabes lo
peor? Lo que más me repatea es que supuestamente todo el mundo busca a alguien
como yo. Todos desean conocer lo que según aquellos que se fueron yo mismo soy.
Supuestamente todo el mundo nos busca, pero nadie dice para cuánto tiempo.
—A lo mejor sí que los
buscan, pero que sean mejores que tú.
—A lo mejor resulta que no soy lo que creía. A lo mejor soy algo muy distinto y me doy cuenta ahora. Llevo pensando en ello desde la primera vez que rechacé lo que siempre busqué.
Yo hice una pausa,
perdido en las miles de gotas de lluvia que golpeaban el suelo.
—En este mundo quien no
se cruzó con quien debía en su momento se pasa el resto de sus días buscando
algo que nunca llega —volví a mirarme en el reflejo—. Esa es la verdad que la
esperanza nos intenta negar.
Mi reflejo me miró
sonriendo maléficamente por primera vez.
—Así que por eso te has
negado —dijo. Yo le miré confundido—. Has conocido a mucha gente en este
tiempo. Has tenido oportunidad de tener algo de nuevo. Te lo han dicho directamente y, sin embargo,
rechazaste todas las ocasiones. Has desaprovechado oportunidades. Por miedo.
Yo negué con la cabeza,
riendo.
—El miedo es ya un viejo
amigo del que me conozco sus estrategias. No. El miedo a ti te queda grande —un rayo fragmentó el cielo haciendo temblar el cristal de la ventana. Los
árboles de enfrente luchaban contra el viento de madrugada mientras yo apretaba
las uñas contra la mesa—. En ninguno de esos casos me han demostrado nada más allá de simple
interés superficial. Me prometí que no volvería a demostrar, si no me demostraban.
Durante toda mi vida he sido yo quien se ha asomado al abismo. Quien se ha
lanzado a lo desconocido. Quien ha vuelto a las sombras sabiendo que volvería a
pasar por lo mismo. Me han traicionado pocas veces pero la que más me dolió fue
la vez que di un paso atrás cuando dije que no lo haría. Me prometí no volver a demostrar nada el
primero —repetí con la mirada perdida— porque por primera vez quiero saber qué
se siente cuando es otro quien se lanza al vacío por ti. Quiero conocer a alguien que haría lo mismo que estaría dispuesto a hacer yo. Mirar más allá, y entender la grandeza silenciosa de un interior.
—Así que es eso —respondió mi silueta—. Por honor propio. Por curiosidad.
—Es más que todo eso. Es una promesa. Una promesa que me hice cuando fui yo quien se marchó y nadie vino. Esa noche en la que por primera vez, puse a prueba. Quería saber si el teléfono sonaría; saber si lo haría, por primera vez, por una única y maldita vez, sin ser yo quien lo hiciera. Pero no ocurrió. Aquel desengaño amargo. Aquella apertura de ojos me hizo ver que estaba solo. Que no había nada al otro lado más allá de lo que yo me imaginé. Que las normas establecían que debía ser yo. Siempre yo. Porque yo era menos. Yo siempre volvía. Con un fragmento menos. Yo era débil por querer sin más.
Apreté los puños hasta
hacer sangrar mis dedos.
—''No aceptes menos de lo que estás dispuesto a dar''. Esa es la promesa blindada que sigo desde entonces. Ese es el motivo de ''desaprovechar oportunidades'' como tú lo llamas. Quiero
saber qué se siente. Qué se siente cuando algo es de verdad. Sin letra pequeña.
Sin estructuras, sin planes, sin un horario para querer y otro para dejar de
hacerlo. Quiero saber qué se siente cuando no te acostumbran a despertarte con la duda de si mañana
te seguirán queriendo. No quiero volver a vivir esa sensación de temor al día
siguiente. A preguntarme cuándo acabará la buena racha porque hace días que
todo va demasiado bien.
Yo sé que puedo
ofrecerlo, de lo que dudo es de si alguien es capaz de demostrármelo. No pienso volver a sentirme inferior
si decido arriesgarme.
—Si nunca vuelves a dar
el primer paso te quedarás solo —me dijo—. Nadie lo ha dado por ti y nadie lo
hará. Por mucho que digan que buscan gente como tú, nadie lucha por ti. Es
curioso —rio.
—Me importa bien poco la soledad —respondí—. Y eso sabes que antes no podría decirlo. ¿Que nadie se la
juega por mí? Tienes razón. ¿Qué tal vez no logre el sueño de mi vida? Una
familia también puede ser de amigos. Pero te aseguro que ni en mis peores
pesadillas volvería a vivir con la duda bajo la almohada por tal de sentirme importante para alguien.
—Tal vez no seas tan
bueno como crees.
—Por primera vez estamos
de acuerdo —respondí al instante—. Ni soy, ni quiero ser el que fui. No
volvería a ser ese imbécil. Y me alegro de no verlo reflejado en este cristal.
Mi reflejo se fijó en las
sombras que aún desgarraban mi cuerpo. Esas grietas de oscuridad que llevaban
comiéndome durante años.
—Lo peor son estas
grietas. Secuelas imborrables. Pese a mis intentos por recuperar fragmentos de
mi propio ser, es innegable que algunos son irrecuperables. Me han quedado
huecos vacíos. Arrugas con eco por las que te has filtrado al interior que soy incapaz de restaurar.
¿Sabes lo que más odio de todo esto?
Que por culpa de quien no lo quiso valorar, quien de verdad lo merecía tal vez no vaya a tener la oportunidad de conocerlo.
—Miedo a volver a abrirte —rio
mi reflejo—. Allá tú. A mí solo me importa verte en el suelo. Arrodillado. Sin dormir, como ahora.
—Pues disfruta —respondí—.
Porque no durará.
Un desafío de miradas se
cruzó en el cristal:
—Disfruta de tu victoria.
Toma el control por un tiempo. Desahógate haciéndome creer todo lo que no
consigo olvidar. Vuelve a repetirme todo lo que hice mal. Sigue gritando mientras duermo esas palabras que lentamente me cambiaron. Disfruta cuanto puedas porque tu reinado está llegando a su fin.
Mi reflejo me observó
mostrando una leve preocupación.
—No te veo capaz de salir
ileso de esta —respondió.
—¿Ileso? —reí—. Yo no he dicho que vaya a salir sin más de esto. Pienso
salir sangrando. Reventado por dentro y por fuera. Dejándome los dientes. Arrancándome las uñas. Llevándome por
delante lo que haga falta para ganar. Pero lo que puedo asegurarte
es que solo uno de nosotros seguirá existiendo cuando esto acabe.
Mi reflejo imitó mi gesto
desafiante y, con un apretón de manos invisible, me atravesó con la mirada. El color apagado de mis ojos sobre el oscuro reflejo mostró una media sonrisa, y sentenció:
—Acepto el reto.
Mirándome en aquella ventana. Perdido en las sombras de la noche hice mi última promesa: Puede que mi reflejo haya cambiado de forma irremediable, que nada de lo que guardo bajo llave salga sin demostrar que se merece. Puede que actúe como no creyeron que lo haría, que mi Santuario tiemble poniendo en riesgo la paz que tanto le costó encontrar, pero ahora esas luchas no me importan. Ahora mismo sé lo que tengo que hacer. Ahora mismo:
Mi peor enemigo, soy yo.
-Vii Broken Crown -
''Y el sudor de tu frente saciará tu sed de tener sueños y vivir. Y la vida será tu mayor rival. No queda sino batirnos: No queda sino luchar´´. -Mägo de Oz, No queda sino batirnos-
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