Leí una
vez hace ya bastantes años una teoría curiosa.
Un dicho popular de las mágicas costas de Japón que, como suele ocurrirme con todo cuanto tiene que ver con su cultura, me hizo reflexionar. Ciertos aspectos
de sus tradiciones me fascinan, pero en especial los relacionados con lo espiritual, lo artístico o lo sentimental captan mi atención hasta un punto que pocos imaginan. Un interés que le debo a la niñez en la que, en casa de mi abuela, vi por primera vez las películas de
El viaje de Chihiro y La Princesa Mononoke durante una madrugada a la sombra de la noche. Desde entonces empezó a captar mi interés aquel lugar que asemejo a lo más parecido a otro mundo que tenemos en la Tierra.
Una interés en cadena que
con el paso de los años hizo llegar a mis ojos lo que vais a ver:
Se dice
que los japoneses tienen la creencia de que cada persona tiene tres caras o máscaras.
No se
refiere a que una persona en base a su personalidad se pueda clasificar en una u
otra. Sino que todos, incluso sin ser conscientes, tenemos tres formas de
actuar dependiendo de nuestro entorno. La teoría se quedó guardada en mi mente
porque, cuando la puse en práctica, me sorprendió al ver lo cierta que
resultaba ser incluso cuando nunca lo había pensado.
Como todo, cada una tiene su
parte buena y su parte mala, como una moneda, por lo que aparentemente no se
debe abusar de ninguna de las tres.
Primera máscara:
La cara social
La primera
cara que afirman que tenemos es la que mostramos a todo el mundo.
Una cara
basada en lo aceptado socialmente. Preocupada por agradar y ser aceptada.
Mientras la llevamos puesta somos como debemos ser. Educados. Correctos. Hacemos lo que
se supone que hay que hacer frente a otras personas aunque a veces lo hagamos por obligación. Dicen que, por ejemplo, suele utilizarse
al conocer a una nueva persona o cuando estamos rodeados de quienes no conocemos
de manera más estrecha y queremos causar buena impresión.
Llevar esta cara puede suponer una preocupación constante de tu imagen frente a otros. Que todos tengan una idea afable de tu persona y seas considerado alguien que,
de forma coloquial, suele caer bien.
Su
parte negativa suele ser, precisamente, las apariencias.
Dejar de saber
diferenciar lo que haces porque eres así, o lo que haces porque se supone que
debes hacerlo. Abusar de ella te convierte en una persona superficial. Fácil de
definir con pocas palabras. Alguien a quien suelen encasillar con conceptos
planos y previsibles en un entorno social. Alguien que se acostumbra tanto a
agradar a los demás y estar pendiente de comportarse que olvida lo que él mismo desea hacer. Alguien que antepone lo
correcto a lo que de verdad él o ella haría, posponiendo lo que quiere siempre un día más. Alguien que, de tanto abusar de esta máscara, acaba siendo incapaz de diferenciar entre las personas para las que va dirigida esta actitud y los que merecen un trato más cercano y personal.
Dependiendo
de su uso puede ser una cara agradable y correcta o, por el contrario, una
fría y esclavizada por las normas.
Segunda máscara:
La cara familiar
La
segunda de nuestras caras es aquella destinada a mostrarse solo frente a las personas que se ganan nuestra confianza.
Familiares a quien tenemos aprecio, amigos con los que nos
sentimos cómodos, amigos íntimos que estuvieron en los momentos de mayor necesidad y parejas con las que decidimos algo tan serio como compartir
nuestras vidas.
En definitiva; una cara para las personas que de verdad nos
conocen.
Saben cómo somos. Nos tienen aprecio. Conocen nuestros problemas. Personas que a pesar de conocer nuestros
demonios deciden quedarse a nuestro lado. Que nos ayudan a luchar contra ellos. Una cara que usamos cuando estamos frente a quien somos capaces incluso
de confesar las cosas que no nos gustan. Personas a las que cuentas tus
secretos. Muestras tus emociones. Eres capaz de llorar frente a ellos.
Compartes intimidad.
La segunda cara de las personas se define por ser la
versión más real y emocional de nosotros mismos, destinada a personas con las
que incluso podemos llegar a discutir en momentos puntuales y, a pesar de todo, permanecen a nuestro lado.
Personalmente
pienso que la segunda cara es una evolución de la primera.
Un rostro que nos
permite desbloquear lo que queremos decir. Lo que queremos hacer. A primera
vista podría parecer que todos sus usos son buenos, pero me atreveré a decir
que no. De hecho, se le acaba cogiendo pavor si se utiliza demasiadas veces en vano.
La
segunda cara pienso que también puede traer problemas si se abusa de ella:
Mostrarla
nos expone.
Nos hace vulnerables.
Confiesa nuestras debilidades.
Esta máscara da la
oportunidad a otros de utilizarlas en nuestra contra para hacernos daño. Utilizar la
cara familiar frente a desconocidos puede ser un error que se tache de
condescendencia aunque esta no sea tu intención, pero su verdadero peligro yace en las personas a las que de
verdad está destinada. Ser dañado por las personas que más quieres, habiéndoles
abierto tu ser en confianza, es lo que realmente destroza a una persona por dentro.
Una amiga me dijo una vez hace años que querer a alguien
es darle la posibilidad de destruirte, pero confiar en que nunca lo hará.
Creo
que nada podría definir mejor esta segunda cara y sus consecuencias al atreverse a mostrarla.
Pero
existe una tercera. Una máscara que desconocía, que pasa fácilmente desapercibida y que, sin embargo, conozco mejor de lo que me gustaría.
Tercera máscara:
La cara oculta
El
sótano de nuestro ser. Lo más puro, profundo y sincero. Difícil de explicar. Fácil de
comprender:
La cara
que nunca muestras a nadie.
Un
rostro que aparece únicamente en solitario. Cuando el
silencio invoca a tus pensamientos y estos te acosan a preguntas. ¿Por qué eres
así? ¿Crees que hiciste bien? ¿Quién eres? ¿Qué quieres de verdad? ¿Estaré
haciendo lo que quiero? ¿Me imaginaba esto hace unos años? El reflejo de esta
cara son los pensamientos más íntimos que nunca confiesas a nadie. Una faceta
de ti mismo que solo conoces tú y que según dicen, nadie más llega a conocer en
toda tu vida.
Una cara oscura y traicionera que te roba el sueño. Una cara que se viste de ansiedad. Una cara que
te dice cuándo debes pedir perdón cuando el orgullo no permite reconocerlo. Una cara peligrosa, agresiva, que de no controlarla
puede hacerte infeliz por mucho que tengas o logres en la vida.
La
tercera cara a veces se muestra detrás de la primera, en esas situaciones en
las que sonríes porque debes hacerlo, pero por dentro estás a punto de romper a
llorar. Una cara que se rompe en pedazos
cuando otra persona abraza o besa a quien te quiso y dejó de hacerlo, mientras
tú sonríes, o guardas silencio afirmando que no duele. Una cara que tiene más
tinte negativo que positivo. Si bien es cierto que puede ser útil para
reflexionar sobre ti mismo o tus actos, sin duda pienso que es la más peligrosa
de todas, pues su uso debe limitarse a la reflexión positiva. A aprender a entendernos mejor.
Perfecta
para procesos artísticos, actividades creativas en las que nuestras manías
corren libres sin nadie para juzgarlas o momentos de reflexión en los que
intentamos aprender de nuestros fallos, de lo que estamos logrando, se debe tener
cuidado, pues al no controlarla se torna como enemiga:
A
menudo es autodestructiva.
Consigue hacerte dudar de todo. De ti. De los demás. Algunos la asocian a los complejos. Otros a los miedos. Y aunque bajo esta cara
aprendemos a conocernos mejor, de no saber controlarla te acaba destruyendo.
Destroza lo que eres. Todo lo que tienes. Todo lo que fuiste hasta que logra hacerte renunciar por cuenta propia.
La tercera cara es, en definitiva, todas aquellas conversaciones que mantenemos con nosotros mismos.
La tercera cara es, en definitiva, todas aquellas conversaciones que mantenemos con nosotros mismos.
Como
todo en la vida, abusar de algo trae consecuencias negativas.
No se puede ser
frío y correcto siempre.
No se puede mostrar tu lado más sensible a cualquiera.
No puedes dejarte llevar por la autodestrucción de tu interior.
Cuando leí la teoría de las tres caras me di
cuenta, irónicamente, de otras tres cosas:
La
primera que buscar el equilibrio de las tres caras es difícil porque no solo
depende de ti, sino de lo que recibes de los demás.
La
segunda fue que todos hemos perdido algo por culpa de una de estas tres caras.
La tercera que todos abusamos más de una máscara en particular.
¿Que
cuál es mi caso, os preguntaréis, ya que soy yo quien vive en este Reino?
Os diré
que recibí una primera cara cuando merecía la segunda. Os diré también que en otra ocasión fui yo quien mostró la primera durante demasiado tiempo.
Os diré
que, por culpa de aquello, con quien más perdí en adelante fue por abusar de la segunda cara. Por
mostrarme tal como soy, sin filtros, demasiado pronto. Por creer que siempre se recibe lo
mismo. Por tirarme a ciegas al abismo del corazón cegado por la estúpida ingenuidad. Por no aprender a tiempo que darlo todo, asusta.
Incapaz de ver durante muchos años que mi error es intentar definirme, en lugar de dejar que me descubran.
Incapaz de ver durante muchos años que mi error es intentar definirme, en lugar de dejar que me descubran.
Os diré
que mi tercera cara es enorme. Grandísima. Llena de cosas que no he confesado
ni confesaré jamás. Cargada de una mentalidad que ha ido cambiando con el
tiempo y que se ha ido sintiendo cada vez más cómoda en su soledad. Pero
creativa de una forma inmensa.
Una tercera máscara que necesitó buscar una válvula de escape en la escritura, manifestándose en un 1% frente al exterior.
Y sí,
lo confieso: Con el tiempo he aprendido a cambiar de cara fácilmente. A veces defiendo la segunda interponiendo la primera a modo de escudo. Cuando utilizo la segunda, a menudo me atrapa la tercera, algo que solo los más cercanos saben comprender y abrazar.
No me cabe duda de que absolutamente todos los que habéis llegado hasta aquí os habéis sentido identificados en las tres posiciones. Por eso, utilizando esta premisa, me gustaría pedir algo a quienes estamos siendo enlazados por estas líneas. Como una especie de petición anónima:
No viváis aferrados a una máscara perpetua. Cambiad, sed flexibles.
Si no todas las personas nos importan lo mismo, ¿por qué tratar a un ser querido con lejanía o a un desconocido con extrema importancia?
Si no todas las personas nos importan lo mismo, ¿por qué tratar a un ser querido con lejanía o a un desconocido con extrema importancia?
Sed firmes cuando se debe serlo.
Demostrad lo que de verdad importa cuando debe hacerse.
Abrazad esa parte interior sin dejar que os domine.
Todos buscamos que nos traten con respeto frente a los demás. Todos queremos escuchar lo que significamos para quien nos importa una y mil veces. Todos tenemos sombras en secreto que no solo se deben controlar, sino también aprender a comprender las de los demás.
Demostrad lo que de verdad importa cuando debe hacerse.
Abrazad esa parte interior sin dejar que os domine.
Todos buscamos que nos traten con respeto frente a los demás. Todos queremos escuchar lo que significamos para quien nos importa una y mil veces. Todos tenemos sombras en secreto que no solo se deben controlar, sino también aprender a comprender las de los demás.
Allí
donde muestro la primera, quien ha visto la segunda sabe si es real o no.
Aquel
que ha visto mi segunda, sabe cuándo digo algo en serio o prometo para toda la
vida.
Y yo,
el único que ha visto mi tercera, puedo dar fe de estas palabras:
Puede que nadie haya comprendido mi tercera máscara, pero puedo prometer que seguiré teniendo en cuenta su existencia en los demás.
''Quiero tenerte en mí: Tu mirada es el lugar donde la muerte nunca es el final'' - In Eternum, Mägo de Oz-
Un problema de máscaras.
ResponderEliminarOkey, ahora ya se sabe alternarlas. El dilema actual no es con quién mostrar qué máscara, es... cuando le pones una máscara a alguien que te hace pensar que es una cuando es otra y de lo que te das cuenta tarde. O que de un día para otro se cambie de ropa, de idea y de máscara tanto el que la muestra como quien la percibe. Intercambiar máscaras puede ser un "juego de doble filo" pues a principio y fin de cuentas, en buen porcentaje la primera y la segunda delimitan los parámetros de la tercera, dejándola en ciertos márgenes. La tercera es la que decide siempre, pero también está sometida al trabajo de las primeras.