—Guerreros de los tiempos
pasados. Adalides de lo fue y dejó de ser. Guardianes de las promesas
verdaderas cuyo cumplimiento no está anclado a ninguna condición. Venid. Tomad
asiento junto a este fuego. Resguardaos de la ventisca de afuera; pues esta noche
tengo una historia que contar.
Al abrigo de aquel campamento
improvisado, iluminado por una tenue luz cálida asomando por las pieles de las tiendas de campaña, las estrellas del norte contemplaron a seis guerreros
reunidos junto al fuego. Cada uno procedía de una tierra lejana a la del resto.
Sus causas y motivos dispares, mas allí estaban,
como en un armisticio en el que todos ganarían conocimiento.
—Distintos sois. Opuestos tal vez —continuó el sexto de ellos que hacía las veces de anfitrión—, sin embargo aquí estáis dispuestos a escucharme.
Todos se miraron. Algunos no
levantaban su mano de la empuñadura del arma. Alerta por antiguas rencillas.
Otros rebosaban paz, creyendo en la buena fe de la reunión. Y algunos incluso permanecían
serios, atentos, sí, pero con el rostro marcado por los daños del pasado.
—Decidme, guerreros, si en este
alto el fuego, es de común saber la historia del Uróboros, cuya definición
literal es la gran serpiente que se come su propia cola.
Los reunidos asintieron, expresando uno
a uno por lo que en su tierra era conocido aquel concepto.
—El ciclo eterno —dijo el guerrero
de las tierras del norte.
—La representación del tiempo,
pasado, presente y futuro —respondió el guerrero del lejano reino del este.
—El renacer constante de la vida —dijo la que aguardaba sentada dando voz a los reinos del oeste.
—La idea de que nada ni nadie
desaparece del todo jamás —concluyó el señor de las oscuras tierras del sur.
El quinto de ellos guardó
silencio sin prestar definición.
—Diferentes definiciones para un
mismo concepto —dijo el anfitrión—, mas todas ellas tienen algo en común: La
naturaleza cíclica de las cosas. Una eterna repetición que nunca acaba. Pero,
¿y si os dijera que del lugar del que procedo ocurrió algo imprevisto? Algo que
desafió las normas y creó una nueva y única definición para lo que se daba por
sentado —los cinco representantes se miraron entre sí, confundidos, a lo que el
anfitrión añadió—: Esta es la historia del quinto reino, y por qué conocemos a ese
símbolo con un trasfondo diferente:
''Cuenta la leyenda que, en un
reino olvidado que muchos tachan de no existir, un gigantesco dragón custodiaba
las lindes de sus tierras. Año tras año, siglo tras siglo, su sagrada labor fue
la de patrullar una y otra vez las mismas zonas. Tanto es así que, con el pasar
de los milenios, incluso él mismo olvidó por qué motivo lo hacía.
Miles de años hizo lo mismo recorriendo kilómetros en círculo. Sujetando con los dientes su propia cola para no dejar espacio libre
al peligro, convencido de que si se hacía daño a sí mismo a costa de
salvaguardar su tesoro más querido, todo daño merecería la pena. Y así fue
durante siglos. Aquello que quería proteger permaneció allí, a salvo
del mundo exterior.
Como es lógico, con el pasar de
los años, aquel reino creció. Sus fronteras ampliaron horizontes y esto obligó
al Uróboros a expandir su cuerpo para abarcar más territorio. Apretó los dientes con más fuerza contra su cola para mantener la sagrada promesa, sintiendo el
sabor de su propia sangre en su boca con más intensidad.
Y durante años continuó con su
labor.
Patrulló una y otra vez el mismo
recorrido. Deslizándose por las nuevas fronteras impuestas con más esfuerzo que
antaño. El terreno de su circular trayecto era más extenso y requería de mayor
esfuerzo, pero el valor de lo que protegía y más quería a cada día también creció.
Pasaron uno, dos, ¿tres siglos?
Nadie ya lo recuerda, y las fronteras volvieron a cambiar. Esta vez dejaron de
ser circulares para tener aristas, quiebros difíciles de seguir y kilómetros
que se alejaban de su eje para luego regresar.
Nuevamente el Uróboros aceptó
ampliar su recorrido, e ignorando su resistencia extendió su cuerpo hasta
límites dolorosos, apretó una vez más la mandíbula atravesando esta vez con sus
colmillos el final de su propia cola, y contemplando cómo sus escamas sangraban
al aprender a vivir en constante tensión, consiguió mantener la promesa a costa
de su salud.
Para cuando pasaron otros cientos
de años y un grupo de habitantes del reino, encandilados por las leyendas que se contaban acerca del legendario dragón circular contemplaron con sus ojos por primera vez al gran guardián, sintieron que no era como esperaban. Su color desteñido,
su cuerpo cubierto de heridas secas que nadie trató, su boca ahogada en sangre propia, unido a un gesto de
perpetuo sufrimiento disimulado, hicieron que las gentes de esa tierra sintieran
que no era para tanto, que algo faltaba en él, pues no tenía ni la energía, ni el aspecto, ni la grandeza que contaban
las leyendas.
Quedando únicamente el
pensamiento que el propio dragón acabó creyendo en su mente, el Uróboros
permaneció dando vueltas al mismo lugar incluso cuando ya nadie quedó tras las fronteras, incluso cuando todos se fueron, escuchando en su interior, una y otra vez, que cualquiera pudo haberlo hecho mejor
que él''.
Honorables guerreros, ahora os
pregunto: ¿Qué conclusión sacáis de esta leyenda?
Los invitados reunidos junto al fuego, sin perder
palabra de su anfitrión, interpretaron aquella historia con una conclusión acorde a sus valores:
—Hizo lo que creyó correcto —dijo
el guerrero del norte sacando la conclusión más neutra.
—El uróboros antepuso lo que más le
importaba por encima de su integridad —respondió el del este dejándose
llevar por las emociones.
—La culpa fue mutua por querer tener todo bajo el control de sus expectativas —añadió la guerrera del oeste siendo algo
más crítica que los dos anteriores.
—La culpa fue del dragón por
basar su vida en defender algo que ni siquiera pidió ser protegido—terminó el
del sur.
—Tal vez todos tengáis razón y a
la vez estéis equivocados —dijo el anfitrión frente a las tenues llamas casi
extintas de la hoguera —Actuar como tus valores dictan está bien, siempre que
no los conviertas en un arma de doble filo. Tampoco está mal sacrificarse por
lo que uno quiere, pero sí lo está no tener en cuenta nuestros propios límites. Del
mismo modo es un error tremendo dar por hecho que todo debe ser exactamente como esperamos, pues así es como se pierde la capacidad de disfrutar lo inesperado. Por último, antes de iniciar un propósito se debe estar seguro de que quiere cumplirse, así como de si realmente algo necesita ayuda o prefiere bastarse por sí solo.
Largo fue el debate de todos
ellos. La noche avanzó y cuatro de los guerreros fueron marchándose uno detrás
de otro cada cual con su reflexión. Lentamente fueron resguardándose en sus respectivas tiendas de campaña en espera del alba, pero el quinto de ellos permaneció junto a las brasas del fuego hasta altas horas de la madrugada.
—¿Y tú? —dijo el anfitrión al
quinto guerrero —¿Qué hay de ti? Imagino que tendrás una opinión.
El joven, que no había dicho
palabra en toda la noche, contemplando cómo los demás se alejaban cada cual con
su conclusión y desarmado por completo a excepción de una vaina vacía, quedó pensativo y cabizbajo.
—Mi opinión no es más que un
cúmulo de dudas que jamás tendrán respuesta —dijo ante el narrador.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó
retóricamente el narrador —¿Acaso te preguntas por qué el dragón continuó dando
vueltas en círculos cuando ya nada quedó por defender? ¿Preguntas acaso por qué las
fronteras fueron cada vez más inabarcables? ¿Por qué cambiaban incontables veces? ¿O tal vez te preguntas por qué, simplemente,
ambas partes jamás llegaron a comprenderse del todo?
El quinto guerrero miró al
anfitrión, quien continuó hablando con un gesto de roto conocimiento:
—Hay seres maravillosos en este
mundo. Unos son más cautos, otros más impulsivos. Los hay quienes viven sin
pensar y otros que no viven por hacerlo demasiado. Los hay tristes, alegres,
correctos y alocados, pero todos tienen algo
en común que define sus acciones:
Hacen lo que creen mejor. Sin
importar las consecuencias. Sin importar, incluso, el daño que puedan hacerse a
sí mismos.
—Afirmas pues que el uróboros
tuvo la culpa de su propia desdicha— aseveró el quinto guerrero.
—Todos somos culpables de parte de nuestro daño.
—Todos somos culpables de parte de nuestro daño.
—¿Qué crees que pensaba el dragón durante los años que permaneció en solitario tras el final?
—Esa respuesta solo podría
dártela él, pero lo cierto es que nadie llegó a preguntar por su opinión ni una sola vez. Yo
creo que el uróboros de aquel reino se sintió insuficiente. Sobrepasado e
incluso, me atrevería a decir que reemplazable. Culpable por no haber podido ser
más grande de lo exigido por las expectativas que marcaba su leyenda.
—Yo creo que simplemente se
sintió solo —dijo el quinto guerrero—. Juzgado, mucho más que acompañado. Acostumbrado a tener que concentrarse en mantener la tensión más que de disfrutar de su promesa. Que por más que sobrepasó sus límites
nadie fue consciente de verdad de sus heridas. Porque él debía
estar ahí. Así lo prometió, y así debía ser. Sin más.
—Tal vez esa sea la raíz de todos
los problemas de este nuestro mundo —dijo el anfitrión preparándose para partir—. Nos centramos tanto en lo que necesitamos que hagan por nosotros, que a veces
olvidamos lo que los demás también necesitan de uno mismo.
Algunos se quedan dando vueltas
en lo que conocen para evitar enfrentarse a lo desconocido. Otros lo hacen como
un acto de autodefensa. Los hay que giran en torno a lo que creen que nacieron
para ser, otros que son incapaces de modificar su trayecto y otros, como es
el caso del uróboros de nuestra historia, que se acostumbran a vivir con el
dolor que ellos mismos decidieron provocarse.
Dejando atrás la extinta hoguera
y con el primer destello matinal alboreando el horizonte, el anfitrión recogió
sus enseres y se dispuso a partir para continuar su camino. El quinto guerrero, incapaz de obviar las últimas palabras de aquella historia, gritó al ya lejano guerrero del quinto reino:
—¡El úroboros de esa historia! —clamó percantándose de que no había narrado el final— ¿Qué pasó con él?
El narrador y artífice de aquella
historia, sin echar la vista atrás, dejó ver su perfil conforme se alejaba
sentenciando:
—Que dejó de morderse la cola.
Y tras muchos años castigándose por no haber sido suficiente, dio el primer paso para alejarse del eterno círculo que lo mantuvo encadenado a lo vivido. Porque tal vez ya era tarde para sanar las heridas que le acompañarían en su piel hasta el fin de sus días, pero no iba a permitir que las secuelas de su promesa definieran su existencia.
—Que dejó de morderse la cola.
Y tras muchos años castigándose por no haber sido suficiente, dio el primer paso para alejarse del eterno círculo que lo mantuvo encadenado a lo vivido. Porque tal vez ya era tarde para sanar las heridas que le acompañarían en su piel hasta el fin de sus días, pero no iba a permitir que las secuelas de su promesa definieran su existencia.
Pues a pesar de la sangre derramada por avanzar en círculos. A pesar de haberse acostumbrado a vivir con el sabor del dolor en su boca, aún confiaba en que otros ojos, todavía lejanos, viesen algún día la auténtica grandeza que haría honor a su leyenda.
-Vii Broken Crown-
''Para ser feliz levántate y vuélvete a caer, pues al tropezar avanzas más: Si te empujan, más rápido irás'' -Y que nunca te falte un Te Quiero, Mägo de Oz-
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