sábado, 30 de junio de 2018

Un guerrero sin espada


A lo largo de mis tantos viajes, viajes que por suerte he tenido la oportunidad de disfrutar estos últimos años, he visto muchas historias. Historias que ni la imaginación hubiera sido capaz de prever. La última de todas ellas que tengo que contar es la de un conocido guerrero cuyo relato puedo jurar que será eterno:

Dicen que érase una vez una tarde rojiza. Las últimas luces del crepúsculo teñían de rojo las fatídicas noticias que estaban por venir: La batalla terminaba.

Cuentan que allí, en mitad de un campo de batalla ya abandonado, podía verse a un viejo guerrero resistiéndose a abandonar la lucha. Yacía triste, de rodillas, derrotado y contemplando como el sol que una vez guio sus objetivos se apagaba poco a poco.

Cuentan que la soledad que sintió cuando la batalla llegó a su fin podría haberse sentido a kilómetros de distancia, que el peso de un mundo desmoronado probablemente le impediría levantarse durante años.

Asfixiante tristeza maquillada de impotencia.

Cuentan que si alguien le hubiera preguntado cuál era el motivo de su dicha él hubiera contestado; ``Nada´´. Pero no por no querer confesar, sino porque todo lo que le ocurría, era la nada.

``No me queda nada´´ hubiese dicho. ``No queda nada a partir de hoy. No puedo seguir sintiendo nada. No puedo luchar sin nada´´. 

Eterno vacío sin final que le atormentaba desde el interior, cada noche, desgarrando y ensangrentando todo cuanto una vez fue o deseó haber sido. Su alma desmembrada vomitaba restos de felicidad difunta. Condenado a contemplar un horizonte que ya nunca alcanzaría, lloró sangre, lloró fuego. Maldito para siempre, condenado a imaginar, sin llegar a vivir jamás, todo cuanto desde el primer día supo que podría haber sido.

Cuentan que si aquel guerrero hubiera tenido la oportunidad de desahogarse en aquel páramo solitario, este hubiera hablado durante días. ``Mi batalla ha terminado´´ diría. ``Pero no hay ganador; solo quedan vencidos´´.

Si alguien hubiera visto sus manos en aquel momento, hubiese contemplado unos dedos temblorosos, alzados, intentando inútilmente acariciar aquel ya lejano horizonte anaranjado con sus últimas fuerzas bañadas en lágrimas.

``Quiero llegar. Ya nunca sabré qué aguardaba a lo lejos´´.

Dicen que lo importante es el camino, y en él, caer, levantarse, insistir y aprender.

Pero ya no.
No para aquel guerrero. Aquel defensor preso de la soledad había caído demasiadas veces en su vida. Podría decirse que prácticamente es lo único que consiguió con éxito. Que cuando una batalla parecía ganada descubría que no era más que un pequeño espacio de tranquilidad hasta la llegada de la próxima derrota.

Aquel defensor también se había levantado infinidad de veces. Ni recordaba cuántas desde que tuvo edad para sostener una espada.

Pero ya no.
Ya no podría levantarse más. Esta vez no. Cuentan que su rostro reflejaba el cansancio del alma por intentar creer, una y otra vez, que algún día ganaría. Cansado de aprender bajo la promesa de un futuro que nunca llegó a ver, se vio obligado a parar, a no seguir, a dejar de luchar. Por mucho que quisiera. Nunca más.

Lentamente su brazo abandonó las últimas fuerzas que aún tensaban sus músculos. Sus dedos, que se fueron apagando, uno a uno dejaron caer casi parando el tiempo la empuñadura de una espada que besaba el suelo finalmente. Abandonado acero rebotando contra la arena, aquel arma, que tan claro tuvo su objetivo desde que fue forjada, estaría destinada a ser olvidada por el paso de los años sin lograr su objetivo. Sepultada por el polvo del interminable silencio futuro que se abalanzaría sobre ambos a partir de entonces.

Los estandartes que daban fuerza a las tropas se los llevó el viento. Su armadura, más que protegerle para seguir adelante, ahora lo anclaba al suelo con el peso de todo lo vivido.

``De nada sirve aprender eternamente si hasta lo más seguro que tienes en el mundo puede desvanecerse´´ hubiese dicho si alguien le hubiera preguntado. ``Siempre quedará algo nuevo por aprender. Pero nadie te asegura vencer al menos una vez´´.

Cuentan que aquel guerrero, lleno de experiencias, lleno de historias, de lecciones aprendidas, de recuerdos inmejorables, de risas convertidas en eco y fechas tatuadas en el alma se sintió el ser más vacío del mundo cuando se dio cuenta de que al final de aquella batalla, tras años luchando por el sol de su horizonte, su mundo se había desmoronado sin nada en lo que apoyarse. Todo su mundo desapareció. Se despedazó.  Lo único que le quedaba por sentir eran los afilados recuerdos felices que le dieron vida. Esos mismos recuerdos que ahora lo atravesaban sin piedad como cuchillas desde el interior. 

Pues ya lo dijo una vieja estatua: ``No hay nada más triste que un recuerdo feliz´´.

Un preso sin escapatoria de sí mismo. Creía haberse visto antes así. Pero pobre ingenuo; no sabía cuanta oscuridad podría ahogarlo esta vez. La misma promesa que un día le dio fuerzas para ser invencible ahora lo consumía lentamente.

``No hay ganadores; solo hay vencidos´´ volvía a repetirse una y otra vez.

Muchas veces a lo largo de mil batallas escuchó que un guerrero no es nada sin su causa. Ahora entendía ese vacío. Ahora comprendía mejor que nunca: Y es que nunca quiso terminar la batalla. No ansiaba la victoria; deseaba seguir luchando. Deseaba seguir haciéndolo porque mientras pudiera, sabía que su propósito en el mundo tendría sentido. Sabía que mientras su espada continuase defendiendo sus motivos, lo que más quería permanecería a salvo hasta el fin de sus días.

Pero el fin de sus días llegó antes de lo que esperaba.

Puede que aquel motivo le quedara grande. Siempre lo pensó en silencio. ``Demasiado bueno para alguien tan sencillo´´ solía escuchar a veces mientras se negaba a sí mismo. Puede que ese fuese su problema; ser solo un guerrero. No un rey, ni comandante. No un gran estratega. Tan solo un simple guerrero cuya existencia se basaba en un único y simple objetivo: Hacer feliz.

No ansiaba el conocimiento. 
No buscaba el poder, ni aspiraba a grandes hazañas. 
No buscaba grandes logros como cualquiera a su alrededor.
No buscaba ser leyenda.

Nunca tuvo la necesidad de acumular logros para sí mismo; siempre necesitó hacer algo por alguien más. Simplemente quería ser feliz defendiendo su única causa. Sencillos anhelos que aun así tampoco logró conseguir.

Puede que la pregunta que más se repetiría a sí mismo a partir de entonces fuese: ``¿Por qué?´´. Una pregunta tan sencilla como él mismo, pero tan difícil de responder como el motivo de todas sus derrotas.

Resignado y aceptando su destino volvió a mirar al horizonte, lo miró una última vez antes de que el brillo de sus ojos se apagase y bajo una promesa sin palabras, prometió con la mirada que a pesar de la distancia, a pesar de la lejanía del tiempo y la crueldad de los años, él nunca olvidaría.

Y allí quedó para la eternidad. Un recipiente vacío de lo que antaño fue un guerrero incondicional. La carcasa de todo lo que fue o quiso llegar a ser quedaría allí, paciente, cumpliendo su promesa tal y como dijo, pero en silencio. No habría más batallas. No lucharía en más guerras. Sabía que el miedo a que volviera a ocurrir, y el odio a ser él mismo de nuevo, se convertirían en sus mejores amigos con los años venideros, porque si aquella causa pudo perecer, cualquier cosa podría hacerlo. 

Cuentan que si alguien hubiera acariciado aquella armadura oxidada por la desesperanza, habría descubierto que en su interior ya solo quedaba un eco de aquel increíble pasado.


Pues un guerrero no es nada sin su causa. Y a partir de aquel día, su único motivo, su última voluntad, sería defender el recuerdo de todo cuanto aquella lucha le dio para disfrutar.

                                  -Vii Broken Crown -

``Ahora que ha acabado todo sé que hoy voy a morir. Sé que la sentencia sobre mí es muerte, soledad.  Tengo miedo pues ya oigo su voz...´´. -Mägo de Oz, Ilussia-

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