A lo largo
de mis tantos viajes, viajes que por suerte he tenido la oportunidad de
disfrutar estos últimos años, he visto muchas historias. Historias que ni la
imaginación hubiera sido capaz de prever. La última de todas ellas que tengo
que contar es la de un conocido guerrero cuyo relato puedo jurar que será
eterno:
Dicen que
érase una vez una tarde rojiza. Las últimas luces del crepúsculo teñían de rojo
las fatídicas noticias que estaban por venir: La batalla terminaba.
Cuentan que
allí, en mitad de un campo de batalla ya abandonado, podía verse a un viejo guerrero resistiéndose a abandonar la lucha. Yacía triste, de rodillas,
derrotado y contemplando como el sol que una vez guio sus objetivos se apagaba poco a poco.
Cuentan que
la soledad que sintió cuando la batalla llegó a su fin podría haberse sentido a
kilómetros de distancia, que el peso de un mundo desmoronado probablemente le
impediría levantarse durante años.
Asfixiante
tristeza maquillada de impotencia.
Cuentan que
si alguien le hubiera preguntado cuál era el motivo de su dicha él hubiera
contestado; ``Nada´´. Pero no por no querer confesar, sino porque todo lo que
le ocurría, era la nada.
``No me
queda nada´´ hubiese dicho. ``No queda nada a partir de hoy. No puedo seguir
sintiendo nada. No puedo luchar sin nada´´.
Eterno vacío sin final que le
atormentaba desde el interior, cada noche, desgarrando y ensangrentando todo
cuanto una vez fue o deseó haber sido. Su alma desmembrada vomitaba restos de
felicidad difunta. Condenado a contemplar un horizonte que ya nunca alcanzaría,
lloró sangre, lloró fuego. Maldito para siempre, condenado a imaginar, sin
llegar a vivir jamás, todo cuanto desde el primer día supo que podría haber sido.
Cuentan que
si aquel guerrero hubiera tenido la oportunidad de desahogarse en aquel páramo
solitario, este hubiera hablado durante días. ``Mi batalla ha terminado´´
diría. ``Pero no hay ganador; solo quedan vencidos´´.
Si alguien
hubiera visto sus manos en aquel momento, hubiese contemplado unos dedos
temblorosos, alzados, intentando inútilmente acariciar aquel ya lejano
horizonte anaranjado con sus últimas fuerzas bañadas en lágrimas.
``Quiero
llegar. Ya nunca sabré qué aguardaba a lo lejos´´.
Dicen que lo
importante es el camino, y en él, caer, levantarse, insistir y aprender.
Pero ya no.
No para
aquel guerrero. Aquel defensor preso de la soledad había caído demasiadas veces
en su vida. Podría decirse que prácticamente es lo único que consiguió con
éxito. Que cuando una batalla parecía ganada descubría que no era más que un
pequeño espacio de tranquilidad hasta la llegada de la próxima derrota.
Aquel defensor también se había levantado
infinidad de veces. Ni recordaba cuántas desde que tuvo edad para sostener una
espada.
Pero ya no.
Ya no podría
levantarse más. Esta vez no. Cuentan que su rostro reflejaba el cansancio del alma por
intentar creer, una y otra vez, que algún día ganaría. Cansado de aprender bajo
la promesa de un futuro que nunca llegó a ver, se vio obligado a parar, a no
seguir, a dejar de luchar. Por mucho que quisiera. Nunca más.
Lentamente
su brazo abandonó las últimas fuerzas que aún tensaban sus músculos. Sus dedos,
que se fueron apagando, uno a uno dejaron caer casi parando el tiempo la
empuñadura de una espada que besaba el suelo finalmente. Abandonado acero
rebotando contra la arena, aquel arma, que tan claro tuvo su objetivo desde que fue forjada, estaría destinada a ser olvidada por el
paso de los años sin lograr su objetivo. Sepultada por el polvo del interminable silencio futuro que
se abalanzaría sobre ambos a partir de entonces.
Los
estandartes que daban fuerza a las tropas se los llevó el viento. Su armadura,
más que protegerle para seguir adelante, ahora lo anclaba al suelo con el peso
de todo lo vivido.
``De nada
sirve aprender eternamente si hasta lo más seguro que tienes en el mundo puede
desvanecerse´´ hubiese dicho si alguien le hubiera preguntado. ``Siempre
quedará algo nuevo por aprender. Pero nadie te asegura vencer al menos una vez´´.
Cuentan que
aquel guerrero, lleno de experiencias, lleno de historias, de lecciones
aprendidas, de recuerdos inmejorables, de risas convertidas en eco y fechas tatuadas
en el alma se sintió el ser más vacío del mundo cuando se dio cuenta de que al
final de aquella batalla, tras años luchando por el sol de su horizonte, su
mundo se había desmoronado sin nada en lo que apoyarse. Todo su mundo desapareció.
Se despedazó. Lo único que le quedaba
por sentir eran los afilados recuerdos felices que le dieron vida. Esos
mismos recuerdos que ahora lo atravesaban sin piedad como cuchillas desde el interior.
Pues ya
lo dijo una vieja estatua: ``No hay nada más triste que un recuerdo feliz´´.
Un preso sin
escapatoria de sí mismo. Creía haberse visto antes así. Pero pobre ingenuo; no
sabía cuanta oscuridad podría ahogarlo esta vez. La misma promesa que un día le dio fuerzas para ser invencible ahora lo consumía lentamente.
``No hay
ganadores; solo hay vencidos´´ volvía a repetirse una y otra vez.
Muchas veces
a lo largo de mil batallas escuchó que un guerrero no es nada sin su causa.
Ahora entendía ese vacío. Ahora comprendía mejor que nunca: Y es que nunca
quiso terminar la batalla. No ansiaba la victoria; deseaba seguir luchando.
Deseaba seguir haciéndolo porque mientras pudiera, sabía que su propósito en el
mundo tendría sentido. Sabía que mientras su espada continuase defendiendo sus
motivos, lo que más quería permanecería a salvo hasta el fin de sus días.
Pero el fin
de sus días llegó antes de lo que esperaba.
Puede que
aquel motivo le quedara grande. Siempre lo pensó en silencio. ``Demasiado bueno
para alguien tan sencillo´´ solía escuchar a veces mientras se negaba a sí
mismo. Puede que ese fuese su problema; ser solo un guerrero. No un rey, ni
comandante. No un gran estratega. Tan solo un simple guerrero cuya existencia se basaba en un único y simple
objetivo: Hacer feliz.
No ansiaba
el conocimiento.
No buscaba el poder, ni aspiraba a grandes hazañas.
No buscaba
grandes logros como cualquiera a su alrededor.
No buscaba ser leyenda.
No buscaba ser leyenda.
Nunca tuvo la necesidad de acumular
logros para sí mismo; siempre necesitó hacer algo por alguien más. Simplemente
quería ser feliz defendiendo su única causa. Sencillos anhelos que aun así
tampoco logró conseguir.
Puede que la
pregunta que más se repetiría a sí mismo a partir de entonces fuese: ``¿Por
qué?´´. Una pregunta tan sencilla como él mismo, pero tan difícil de responder
como el motivo de todas sus derrotas.
Resignado y
aceptando su destino volvió a mirar al horizonte, lo miró una última vez antes de que el brillo de sus ojos se apagase y bajo una promesa sin
palabras, prometió con la mirada que a pesar de la distancia, a pesar de la
lejanía del tiempo y la crueldad de los años, él nunca olvidaría.
Y allí quedó
para la eternidad. Un recipiente vacío de lo que antaño fue un guerrero
incondicional. La carcasa de todo lo que fue o quiso llegar a ser quedaría allí,
paciente, cumpliendo su promesa tal y como dijo, pero en silencio. No habría más batallas. No
lucharía en más guerras. Sabía que el miedo a que volviera a ocurrir, y el odio a ser él mismo de nuevo, se convertirían en sus mejores amigos con los años venideros, porque si aquella causa pudo perecer, cualquier
cosa podría hacerlo.
Cuentan que si alguien hubiera acariciado aquella armadura
oxidada por la desesperanza, habría descubierto que en su interior ya solo
quedaba un eco de aquel increíble pasado.
Pues un
guerrero no es nada sin su causa. Y a partir de aquel día, su único motivo, su
última voluntad, sería defender el recuerdo de todo cuanto aquella lucha le dio para disfrutar.
-Vii Broken Crown -
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