jueves, 8 de octubre de 2020

Melodía de memorias

Muchas veces me pregunto cosas que ya no tienen respuesta. Pensamientos huérfanos de explicación. Reflexiones de mí para mí que perdieron la fe en ser respondidas. Se ha convertido casi en una rutina a ciertas horas del día. A veces antes de dormir. Otras en la ducha. Pero cuando la mayoría de esas preguntas sin respuesta vienen a buscarme es cuando echo a andar una tarde de viernes cualquiera, por el lugar de siempre, mientras la noche cae frente al mar.

A día de hoy me sigue embrujando la capacidad que tienen los recuerdos de transportarnos a momentos inolvidables que no entienden de finales, ya sean buenos o malos. Esa sensación de perderte en tus memorias sin darte cuenta para, después, ser consciente de que llevas un rato sonriendo, mirando a la pared en soledad.

Una vez me preguntaron porqué cuando me ven por la calle a esas horas anaranjadas siempre voy escuchando música. Supongo que algunos ya conocen la respuesta.

Me gusta ponerle banda sonora a la vida. Me gusta adornar una realidad carente de magia. Gris y rutinaria. Suelo imaginar que las personas con las que me cruzo escuchan lo mismo que yo, que comparten lo que la canción de ese momento me transmite y se dejan llevar por lo que sienten en silencio. Sin peros ni miedos. Me gusta imaginar que quien recuerdo aparecerá en el horizonte cuando el estribillo suene para una última charla como si nada hubiera pasado.

Tengo música para todo. Pero más allá de lo que acabo de decir, lo cierto es que me ayuda a recordar. Me gusta echar la vista atrás y revivir lo que fui afortunado de sentir. Siempre me ha pasado; ciertos nombres se me quedan grabados a fuego en canciones muy concretas que en su día significaron algo fuera de lo normal.

Una canción especial que definió a una persona en su momento. Una letra que cantabas como si fuera tuya a ese amor anulado en plena adolescencia. Un piano que sonó aquel día en ese lugar que hicisteis vuestro. Esa melodía que sonaba antes de dormir cuando tu cama albergaba compañía.

Podría decir que tengo una canción asociada a cada persona especial que ha pasado por mi vida. Sin excepción. Me gusta dejarme llevar por esos temas que me recuerdan a personas porque es la única forma que me queda de que aquellos días sigan con vida. Nada muere mientras un último idiota lo recuerde. Al menos eso dicen. Y me gusta creerlo.

Si quienes retornan a mi memoria me preguntasen, se sorprenderían con lo que tendría que contar.  Podría traerles de vuelta momentos que con toda seguridad abandonaron sus pensamientos hace ya tiempo. Estupideces, días absurdos sin nada especial: Pero felices. Podría recordarles mil detalles con los que seguro que sonreirían, desde mis días de estudiante hasta mi última historia inacabada:

Recuerdo la voz de esa cantante cuando paseábamos en las madrugadas de invierno. Sigo escuchando aquel grupo que me enseñaste y en cierto momento compartimos. Mi adolescencia suena a la melodía de un grupo que supiste adivinar que me gustaría.

Recuerdo cinco palabras de una canción tatuadas en un papel sobre lo alto del castillo.

Recuerdo la banda sonora de aquella película que vimos juntos, acurrucados en un sofá mientras me contabas por qué esa historia era tan importante para ti.

Recuerdo un cuarto lejano que acogió mil historias compartidas en secreto. Recuerdo unos jueves ''mágicos'' y también la tristeza que aún hoy siento al no haber sabido comprender de forma justa lo que fui para ti sin darme cuenta.

Te recuerdo a ti, tumbada, con los ojos cerrados y sonriendo, disfrutando de aquella costumbre que me gustaba hacer al final del día.  Recuerdo aquellos momentos con una melodía al ritmo de un suave reloj en la oscuridad que daba las buenas noches tras un desfile de caricias y besos por tu espalda.

Recuerdo ese lugar con una canción en concreto cada vez que paso por allí o lo veo en la distancia. 

Recuerdo el sonido de un piano melancólico cada vez que aún escucho tu nombre.

Tal vez a algunos les resultaría imposible creer lo que voy a decir; pero lo recuerdo todo. Todo, siempre y cuando hablemos de lo que de una forma u otra marcó mi vida. Curioso, dado que al parecer tengo una memoria horrible, pero solo yo sé que no lo es tanto. No puedo demostrarlo, ni falta que me hace, pero soy el último que aún mantiene con vida días, palabras, promesas y costumbres abandonadas. Desde el comentario más simple hasta las confesiones más importantes, recuerdo todo lo que sentí, todo lo que fue, o todo lo que no llegó a ser. 

Para ser justos, he de decir que recuerdo todo, salvo en dos excepciones que suelen robarme la memoria. Dos excepciones que me han pasado factura sin poder evitarlo. Uno ya conoce sus flaquezas, sus debilidades, y para bien o para mal sé que solo olvido cosas bajo dos circunstancias:

En primer lugar, si es algo que me hizo daño mi memoria va eliminando los detalles concretos y precisos. 

Olvido conversaciones completas excepto ciertas palabras o actos especialmente hirientes. Olvido el desarrollo salvo el desenlace. Con el tiempo olvido todo salvo cómo me sentí. A menudo siento que esos días desaparecen dejando únicamente una marca, un residuo, un óxido en el alma que me recuerda que algo ocurrió ahí con una nota a pie de página que señala cuál fue su final, y por qué no volveré a repetirlo.

En segundo lugar olvido cosas cuando estoy sometido a una presión constante. Una ansiedad tan grande que no me permita disfrutar del momento como para recordar algo más que mi preocupación a no equivocarme. Sentirme juzgado ha hecho que me pierda grandes capítulos de mi propia vida que en su día supe que los estaba sintiendo sin la fuerza que debería. Echo la vista atrás escuchando las canciones de aquellos días y la mayor tristeza que puedo sentir es no ser capaz de rememorar los instantes más felices de mi vida sin el filtro turbio de saber que mientras los vivía, no los estaba disfrutando del todo por intentar hacer, no hacer, decir, o no decir algo que lo fastidiase todo. Mis mejores recuerdos están emborronados con una especie de niebla hecha del temor al rechazo. A la amenaza de una inminente pérdida. <<Mi temor constante a la cuerda floja>> acabé llamándole a esa sensación en un grito silencioso pero desesperado de ayuda.

La verdad es que llegué a odiar esta parte de mí. Nadie sabrá cuánto, pues no en vano cada vez que me preguntan me niego a hablar de ello. Pero ahora que he aprendido a no asociar la felicidad a perseguir lo que ni siquiera sé si existirá para mí, lo cierto es que visto desde la distancia, agradezco que esa parte de personalidad que durante años odié me pertenezca, pues dejando a un lado sus efectos secundarios, se puede resumir en algo positivo:

Olvido lo malo. Recuerdo lo bueno.

¡Claro!; eso es algo peligroso, ¿verdad? La memoria juega malas pasadas. Endulza lo que no era tan perfecto, me diréis. Y no os falta razón. No en vano mirar al pasado es la piedra con la que más veces he tropezado. Por eso, por ejemplo, no soy bueno discutiendo. No suelo tener argumentos que acaben dándome la razón si para ello tengo que acordarme de lo que en un mal día nos dijimos sin querer. Y siendo sincero, tampoco querría esa habilidad. Prefiero conservar algo más valioso que un ceño fruncido en un recuerdo. La nostalgia a menudo nubla la realidad. Altera el pasado, lo sé, pero yo me hago una pregunta distinta: 

¿Por qué lo hace?

¿Por qué lo altera? 

¿Por qué lo cambia? 

¿Por qué a la hora de la verdad, lo que llena nuestros recuerdos al escuchar una canción que lleva el nombre de esa persona son esos fragmentos felices que un día nos regalaron? ¿Por qué la nostalgia le resta importancia a los bordes agrietados y amargos de un recuerdo? 

Porque mientras una sola estrella en el cielo se niegue a cerrar los ojos, su luz atraerá todas las miradas  por mucha oscuridad que la rodee.

Porque vivo de experiencias positivas aunque el pago sea sufrir las consecuencias.

Si hay algo que debe sobrevivir al olvido es aquello que un día nos hizo sentir demasiado grandes para este mundo.

Por eso creo que las personas viven en nuestra música. Por eso las recordamos sonriendo. Por eso una canción puede llevarte a un día, a un lugar, a una palabra, a una promesa. 

Por eso escuchamos las letras más crueles del mundo hasta el final, aunque duela; porque tal como hicimos en su día, disfrutamos de la persona a la que perteneció hasta el último segundo.

Dicen que la música que escuchas se basa en tu personalidad. Yo digo que es cierto porque esa música define a quienes elegiste en su momento, ya que a diferencia de las promesas, si algo es eterno en este mundo es esa sensación de asociar a alguien con un grupo o una canción, pues nada podrá impedir que regrese a tu mente un nombre que puso el mundo a tus pies.

Sé que no tengo nada de especial en todo esto que estoy diciendo y que a muchos os pasará lo mismo. Pero siempre me he preguntado si yo mismo viviré en la canción de alguien. Si esa estrella del cielo nocturno llevará mi nombre. Si esa sonrisa a la pared en una noche solitaria será culpa de lo que intenté ser. Como he dicho al principio, ya no espero respuesta a este tipo de cosas, simplemente me gusta pensar que así es. Que de alguna forma lo conseguí. Que alguien, una vez al año, a la década, o una sola vez en su vida, sentirá por última vez lo que fui en su vida, que aunque nunca nadie me lo reconozca, llegué a dejar huella de alguna forma.

Por mi parte seguiré escuchando música para acordarme de esas personas. Seguiré visitando esos lugares a las mismas horas. Tal vez como el último guardián de ciertos recuerdos, no lo sé, pero feliz por ser capaz de mantenerlos con vida, aunque ya a ninguno nos pertenezcan.

Si tuviera la oportunidad de darle un consejo a alguien que haya sentido lo mismo alguna vez, sería el que viene siendo uno de mis pilares fundamentales. 

Conviértete en canción. 

Sé la melodía de alguien.

Los pasos que diste en la vida de otro son las notas que componen vuestra melodía. Los recuerdos que quedaron en un cajón se convertirán en instrumentos. Los Te Quiero que no volverán a sonar compondrán vuestra letra. Y todos los abrazos que te protegieron como un refugio inmortal se convertirán en orquesta para tocar la obra maestra que ya no podrás olvidar.

Y es que, a ti, seas quien seas. A ti que aún recuerdas vuestros días pasados escuchando esa canción. A ti que ciertas bandas sonoras llevan el nombre de alguien, déjame decirte que haces bien en sonreír en soledad. Aunque nadie lo sepa, aunque a nadie le importe. Sigue haciéndolo aunque ser fiel a sinfonías terminadas no tenga recompensa, pues a pesar de que no tengas la certeza de que te echarán de menos:

Sé la razón de que alguien te recuerde con cariño cuando te conviertas en su pasado.

-Vii Broken Crown-

''Compartir es tener menos: No te dejes engañar'' -Y que nunca te falte un Te Quiero, Mägo de Oz-

1 comentario:

  1. Tú también eres canción, sinfonía y música.
    Posiblemente la primera canción que se me venga a la mente cuando te recuerdo sea de las primeras que escuché de Mago de Oz. También te veo en bandas sonoras como la de KH, Ori y con tintes de Ludovico Einaudi. Pero... ¿sabes qué? Que la canción que a ti te representa aún no está creada. Tú eres tu propia melodía. Y tu letra se lee entre (las) líneas de tus textos.

    Y si algún dia eres pasado, que espero que no, y pase lo que pase siempre será un placer haberte conocido. Seguirás siendo arte aunque yo (o cualquier otra persona) ya no te escuchemos o pulsemos 'play'. Pese a tus sombras, creo que eres luz. Quizás tenue, pero constante y persistente. No te conviertas en canción, eres mucho más que eso. Y más que la melodía de alguien, primero sé tuyo. Que el resto ya vendrá(n).

    ResponderEliminar