jueves, 31 de diciembre de 2020

El suspiro del invierno

A las siete llegué allí una tarde de diciembre. Con el cielo moribundo y un susurro de luz rojiza ahogándose tras las montañas. Lejos del lugar de siempre, ese día me apeteció dejar atrás las viejas costumbres. Cambiando las grandes escaleras junto al Auditorio que cada viernes noche esperaban mi visita para verme escribir, tomé la carretera en sentido opuesto hasta una playa diferente. Conduje durante el crepúsculo, disfrutando del trayecto hasta llegar al pie de una montaña que cierta anécdota un día afirmó ser un dragón dormido. 

El gran edificio blanquecino no me vería escribir aquella noche, pero sí lo haría por primera vez un pequeño y viejo embarcadero.

Dejando mi coche a pocos metros atrás, cogí mis auriculares, cerré la puerta trasera y dándole al play me acerqué a la orilla.

El viento soplaba furioso. Llevaba varios días haciéndolo. Las olas saltaban por encima de las tablas del embarcadero. Sus negras olas, furiosas, empapaban el camino frente a mí mientras yo intentaba resguardarme del agua bajo un abrigo y mi gorro de lana. 

<<Mal día para ir a un lugar así>>, diría más de uno.

Pero mis mejores días ocurrieron durante lo que todos llaman mal tiempo.

Aquel frío me encantó. Llevaba meses deseando sentirlo. A pocos metros del embarcadero apenas encontré  un par de personas bajo una farola. Sus perros corrían por la arena como celebrando la mayor de las fiestas en sus vidas. Avancé unos pasos más hasta pisar la primera tabla del embarcadero. Tres chicas al fondo vi esta vez. El flash en la oscuridad decía que habían venido a echarse fotos. Por un segundo sonreí bajo la mascarilla. No era el único al que le gustaban los días malos, por lo visto.

Me senté en el respaldo de un banco de piedra. El mar volvió a rugir recordándome su enfado. El agua saltó por encima y entre los tablones de madera hasta casi alcanzarme.  El viento me empujó con un silbido tan profundo que pude escucharlo por encima de mi música. Junto al pecho, oculta bajo el calor de ese abrigo que cubría hasta las rodillas, saqué un objeto que hasta esa misma tarde llevaba mucho tiempo sin ver.

Una libreta de portada negra que en su momento me representó tanto como la corona que siempre llevo al cuello. Llevaba años sin verla. Evitándola. Sabiendo que las últimas páginas que escribí narraban una vida totalmente distinta a la actual. Sabía que, en caso de leer sus páginas, esa vida ahora se me haría distante y desconocida. Las viejas letras de la portada, desgastadas y borradas parcialmente, me miraban con el cansancio de los años y las sombras de lo no cumplido.

<<Qué bien os entiendo>>, pensé.

Mentiría si dijera que en algún momento no sentí la necesidad de no volver a abrirla nunca. De olvidar su contenido por muchos recuerdos y confesiones que contuviera y que nadie ha leído, ni leerá jamás. Pero aquel día decidí volver a echar un vistazo.

Abrí sus páginas y el mar dejó caer varias gotas sobre el papel. Fue mágico, como si el libro dejase caer lágrimas por volverme a ver.

Apenas leí nada. No quise retroceder demasiado. Solo me concentré en la última entrada:

El 20 de julio de 2018. Dos años y medio de silencio. Ni siquiera me hizo falta leer sus cuatro páginas para recordar por qué fue la última vez que lo hice. Leí entonces mis últimas palabras de mi yo anterior de 26 años. Eran consejos. Conclusiones. E incluso, curiosamente, premoniciones que se hicieron realidad. 

Muchas son las veces que me han preguntado sobre qué es lo que escribo ahí. No. No creáis que es un diario; no tiene nada que ver. Su contenido es más bien una maraña desordenada de ideas, deseos, frases... un vertedero del alma en donde poder guardar lo que pienso que es importante. Recordé entonces la diferencia entre escribir para alguien y para uno mismo. Prefiero la segunda. Las mejores cosas que he escrito no las leerá nadie. Están ahí, silenciosas. Sin esperar ningún lector. Libres de opinión. Creo que nunca he tenido demasiadas habilidades, pero saber que algo es bueno sin necesidad de aprobación ajena es algo de lo que me siento orgulloso.

Recordé entonces que una vez me preguntaron sobre este blog; si no me sentía vulnerable al tener un reino donde dejaba al descubierto lo que soy a ojos de cualquiera, o un libro basado en hechos reales aderezados con fantasía que cualquiera podía comprar.

Recuerdo que respondí que no, y hoy respondería lo mismo:

Porque quien dedicase su tiempo a leerme sería alguien igual o más sentimental que yo. Alguien a quien le importe, o como mínimo, sienta interés por mí. Alguien capaz de comprender que ciertas personas buscamos una vía de escape frente a un mundo que se basa en hacer lo que se supone que hay que hacer. Alguien que comprenda la necesidad de huir de esa idea de ocultar lo que sentimos en público, que no le importe mostrarse débil; humano.

Recordé que dije que no me importaba escribir sobre mí porque a quien no le interesas no se molestará en saber de ti. No conocerá cómo eres ni aunque tenga la oportunidad de leer tu interior. Pero sí lo harán esas personas que te gustaría conocer. Comunes a tus ideales. Que ven el mundo con tus mismos ojos, uniéndonos durante unos minutos aunque tal vez yo nunca llegue a saber que he sido leído por alguien así.

Pero en especial, recordé que el motivo por el que nunca me ha importado desnudar mi alma frente a un público anónimo, es por culpa de la libreta que portaba en mis manos:

Pues solo muestro lo que quiero que se sepa.

Quizá el error de quien no comprende esto sea dar por hecho que publico todo lo que escribo, cuando lo mejor que he escrito en toda mi vida permanecerá conmigo, sin lector. El 80% de mis escritos morirán sin haber sido leídos porque no necesito mostrarlos para saber que son lo mejor que he hecho.

Al fin y al cabo, qué triste sería dejar que cualquiera tuviera a su alcance lo mejor de ti en lugar de darle la oportunidad de descubrirlo por su cuenta.

Aquel día no escribí nada. Solo leí. Vi promesas olvidadas.  Gritos de auxilio. Dudas, miedos, rabia. Incluso no me acordaba de que alguna página la dediqué a pedir deseos que ayudasen en la vida de alguien, como si la magia de ese libro pudiera hacerlos realidad. Recuerdo pedir con todas mis fuerzas que lo allí escrito se cumpliera algún día. Reí. ¿Cómo no hacerlo? La inocencia es algo que se me resiste a marchitarse.

Aquel momento de recuerdos terminó bruscamente cuando, tras varias páginas en blanco, recordé que durante una de esas noches en las que sabes que ocurrirá algo inolvidable, y como gesto de extremo compromiso y lealtad,  años atrás me atreví a hacer lo impensable:

Permitír que alguien escribiera allí.

En las últimas páginas. En el lugar más sagrado de mi alma quedaron grabadas unas líneas con letra ajena bajo la promesa de no leerlas hasta llegar a ellas. Prometí no leerlas hasta terminar el libro de mi vida, cuando ni una sola página en blanco quedara por rellenar.

Cerré entonces mi vida de papel apretando la mandíbula, borrando la sonrisa. Cumpliendo mi palabra sin saber por qué, o para qué, lo respeté. Muchas veces me pregunto por qué sigo siendo fiel a cosas que ya no existen. Pero arrepentirme de ello sería rechazar lo que soy.

Creo que nadie entenderá la grandeza de ese gesto. De lo que significó para mí dejar que una tinta que no me pertenecía rozase ese papel, pero del mismo modo que no me arrepiento de haberlo permitido, tampoco sé si dejaría a nadie volver a hacerlo.

Una vez leí que la escritura es la personificación de la soledad. Se crea a solas. Se lee a solas, una experiencia que se siente a solas que, sin embargo, es capaz de unir a dos personas de forma íntima sin tan siquiera conocerse. Parece incluso una metáfora de una relación: Empieza con entusiasmo, preguntándote qué habrá en sus páginas. Continúa enlazando vuestro tiempo y emociones, compartiendo un camino con el propósito de saber adónde puede llevar. Esa lectura te hace imaginar el futuro y termina con la conclusión de saber qué puede ofrecerte cuando ya conoces su argumento.

Por eso hay libros que se abandonan. Que se dejan a medias. Libros que decepcionan. Libros que hacen daño. Que se juzgan por sus portadas para bien o para mal.

Pero luego hay otros especiales. Libros que vuelves a leer. Que cambian tu vida para siempre convirtiéndose en una parte imborrable de tu historia. Libros que dejan en ti pequeñas marcas de tinta que pasaron a formar parte de tu personalidad. Libros que marcan a fuego palabras. Frases. Momentos. Enseñanzas. Sensaciones.

Libros... personas que, de alguna forma, te hacen sentir que en esta vida ya conociste lo que tenías que conocer.

Sentir nuevamente esas páginas entre mis dedos me produjo felicidad. Como el reencuentro con un viejo amigo. Como unos ojos que hace tiempo que no ves. Como una sonrisa involuntaria que delata lo que callas. Suspiré con la libreta en mi barbilla y un vaho helado se unió a la danza del fuerte viento. Unas olas rompieron en el embarcadero. La madera, empapada, reflejaba la escasa luz que dejaba una luna menguante. El vaho que salió de mi boca en ese pequeño suspiro danzó por los vientos. Se tambaleó flotando en el aire, creciendo, tomando forma con vida propia hasta posarse al final del embarcadero. Fue entonces, cuando vi allí en el último tablón sobre el mar una silueta neblinosa y blanquecina entre las sombras de la noche.

De no haber adoptado la fantasía hacía ya muchos años me habría asustado. Pero el paso del tiempo me hizo inmune a la sorpresa de ciertos seres incomprensibles visitando otros mundos. Desde estatuas con vida propia hasta el propio Destino. No era la primera ni probablemente la última vez que algo vendría a mi encuentro en plena reflexión, pues qué es la escritura sino un medio para invocar lo que la lógica es incapaz de comprender.

Hechizado por la curiosidad me levanté. No fue miedo, sino respeto lo que sentí. Avancé a pasos lentos sobre la madera que crujía con mi peso. La música que seguía escuchando le daba un toque onírico a la escena. Me oculté del viento sin dar un paso atrás. Esquivé las olas que saltaban sobre el embarcadero. En una veintena de pasos me planté frente a esa silueta transparente y sin forma definida, como el aliento en invierno que no se desvanece sobre un cristal.

Pronuncié cuatro nombres a modo de pregunta intentando esclarecer su identidad. Ninguno correspondió a lo que tenía delante.

Pregunté por un quinto nombre. Tampoco hubo respuesta.

Tal vez fue esa intuición que solemos llamar sexto sentido, pero al momento supe que se trataba de alguien nuevo. Un ser que no conocía. Quizá, por eso, aquel día y sin motivo aparente, sentí la necesidad de dejar atrás el lugar de siempre para visitar uno nuevo.

Me acerqué a la misteriosa silueta neblinosa con cautela. Intenté tocarla y mi mano atravesó su hombro. No tenía rostro. No dijo nada. Ni siquiera estaba claro si me daba la espalda o me miraba de frente. Mas no tardó demasiado en mostrarme sus habilidades.

Utilizando el viento a su favor, robó de mis manos mi libreta. Intenté cogerla creyendo, asustado, que caería al mar. En su lugar permaneció levitando frente al visitante. Una nueva ráfaga de viento abrió sus páginas bruscamente, pasándolas hasta pararse en la número 36. Uno de mis renglones tomó forma en el aire con letras de niebla frente a mí:

<<Viajar es la mejor forma de encontrar lo que no sabías que estabas buscando>>.

Al instante comprendí que aquel ser no podía hablar. Se expresaba tomando prestadas mis propias palabras transformándolas en mensajes de niebla que le servían de voz. Interpretando su mensaje, creí que lo que estaba intentando decirme era que aquel día hice bien en visitar un sitio diferente para mi reflexión.

Antes de preguntar cualquier cosa relacionada con sus motivos para presentarse frente a mí, el libro volvió a buscar una página diferente. Esta vez el baile de páginas se detuvo en la 15.

<<Los vientos de invierno traen la oportunidad de renacer>>. Otra frase se superpuso encima mientras la anterior se borraba. <<Creo que diciembre siempre trae algo inesperado e inolvidable>>.

Sin duda alguna eran mis frases. Las recordaba a la perfección. Pero entendía a qué se refería. Aquel visitante no hablaba del pasado: Sino del presente.

La figura neblinosa centelleó en una tenue luz que iluminó fugazmente el oscuro embarcadero. Su mano derecha señaló a mi libro levitando en el aire: <<Las mayores propuestas...>> dibujó con niebla. <<...requieren un sacrificio>>, añadió. Entonces su mano, sin dejar de señalar, tornó desde mi libro hacia el mar. Un dedo hecho con el aliento de un suspiro señaló al horizonte invisible entre cielo negro y olas oscuras.

<<No se puede correr mirando hacia atrás>>, dibujó frente a mí.

A pesar de que aquel ser no dijo ni una sola palabra, a pesar de limitarse a mostrarme frases que yo mismo escribí alguna vez, comprendí lo que quería decir. Asentí con una pícara sonrisa. Tomando mi libro del aire y posándolo en mis manos, busqué una página muy concreta que se hallaba por la mitad más o menos.

<<Cada duda es una gota de agua que termina ahogando hasta el sentimiento más puro>>, dibujó en el aire.

Volví a leer ese deseo incumplido, recordando por qué estaba ahí. En la página 71, de las primeras que escribí de aquel capítulo de mi vida. No diré qué deseo pedí en esa página, pues como digo, no todo puede mostrarse al mundo públicamente. Algunos deseos no nos pertenecen aunque seamos nosotros quienes los imaginamos. 

Recordé lo que sentí.  El motivo por el que deseé, ya mucho tiempo atrás, que aquello ocurriera. Mis pestañas se humedecieron al recordarlo. Cerré los ojos, sonriendo.

Rememoré años soñando con aquello.

Sentí una vez más el deseo más sincero que tuve en toda mi vida como si aún pudiera cumplirlo.

Abrazando aquel recuerdo de papel disfrazado de súplica al destino, susurré un último ``gracias´´…

Y lo arranqué.

La página que alguna vez contuvo el mayor de mis anhelos dejó un vacío en la historia de mi vida. Tal como ocurrió en mi interior, no quedó más que el hueco de un papel mal recortado. Presente, pero ausente.

Me acerqué al final del embarcadero con mi vida en una mano y mi mayor deseo en la otra. El viento azotó el papel como queriéndoselo llevar.

<<¿Qué día mejor que hoy?>>, pensé.

Miré al abismo. A aquella oscuridad eterna de cielo y mar oscuros abrazados en el horizonte. Doblé la hoja hasta convertirla en un avión de papel, dejé escapar mi aliento en su punta a modo de beso de despedida y, con un grito desgarrador que nadie oyó, la lancé mar adentro con la furia de un adiós no deseado y la nostalgia de todo lo inacabado. 

Lanzar al vuelo ese papel fue más pesado que levantar un saco de cien kilos. 

El avión voló sobre el aliento del viento hacia la nada hasta perderse en la oscuridad del mar a los pocos segundos.

La silueta de niebla desapareció dejándose llevar por el viento, como el aliento del invierno desvaneciéndose en primavera. De algún modo supe que aquel día hice bien en viajar en dirección contraria. De ir en contra de la rutina, pues pude sentir en ese espectro desvanecido un adiós vestido con el aroma de la satisfacción.

Fue curioso, como si un velo difuso que nublaba mi juicio se desvaneciera al ver ese deseo partir. Pues cuando eres consciente de que puedes soltar un peso que llevabas años cargando, recuerdas que una vez pudiste volar.

Caí de rodillas sin fuerzas, como el que suelta una carga que había olvidado podía abandonar. Suspiré descansando, dejando ir algo largo tiempo retenido. Las olas nocturnas saltaron por encima de las tablas empapándome por completo. Sentí entonces el agua gélida sobre mí. Busqué la página arrancada en el aire, pero no la vi. Se había marchado.

Y es que eso fue lo que más me gustó de aquel día: La incertidumbre. El cualquier cosa siendo posible. Mi viejo deseo se perdió mar adentro dejándose llevar por el viento, pero nunca llegué a saber si se hundió en las profundidades de las aguas cayendo en el olvido, o si, tal como una vez deseé, logró izar el vuelo hasta besar el cielo.


Al fin comprendo que el auténtico final no llega cuando das sentido a todas las dudas, sino cuando ya no te importan las respuestas.

-Vii Broken Crown-

''Una aguja y una piel se citan al anochecer. Por sus venas corre el agua que le hace olvidar, que el futuro no vendrá, que se paró el reloj: Que la tempestad vive en su corazón'' -Ira Dei, Mägo de Oz-

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