miércoles, 23 de junio de 2021

Veintisiempre

A veces uno sabe dónde están los límites de cosas que nadie le explicó. Sabes que no puedes apretar el puño al sostener un pájaro en tu mano por más que quieras mantenerlo contigo. Sabes que no puedes negarle apoyo a un amigo aun cuando hizo oídos sordos a tu consejo. Pero si algo tengo claro, es que uno sabe que no puede mostrar su interior a cualquier desconocido por mucho que el corazón nos diga que parece de fiar. Reglas estrictas de un mundo normal. Reglas de días comunes.

Pero la noche de San Juan no es una más, ¿verdad?

Lecciones aprendidas, que no inculcadas, a base de experiencias. Malas experiencias. Que nos ahogan. Hacen crecer un eco incómodo en el pecho. Aprendemos a reservar, a esperar, a observar desde la seguridad que ofrece mantener las distancias. Erigimos un muro por cada persona que se fue dejando a su paso dolor, a cada decepción, a tantas veces que creímos que sí, pero en realidad no.

Aprendemos a defendernos, a vivir en el interior de nuestro castillo. A vivir en las almenaras. Con la antorcha en la mano, encendida y lista para dar la alarma y activar las defensas frente al más mínimo movimiento extraño en el exterior que amenace nuestra paz.

Aprendemos a defendernos en un mundo de problemas y, en consecuencia, a veces pasamos por alto lo que viene a sanar nuestro daño.

Llevo años sosteniendo muros de desconfianza. Asolado por las flechas del exterior que traen en su silbido el aliento de un dolor pasado. Afilados disparos que recuerdan a aquel día que me atravesaron. Negándome a ser mi mejor versión. Esa que no quisieron.

Me acostumbré tanto a vivir entre escudos que olvidé que tiempo atrás empuñé la espada, lejos de las murallas. Primero reluciente, después oxidada, hasta llegar a mi batalla final con una hoja rota y partida en dos que acabé abandonando entre la arena.

He vivido con la desconfianza como consejera durante años, hasta escuchar esas palabras:

‘’No sé en qué se ha convertido el 23, pero ahora me gusta más que antes’’.

Unas palabras de las que yo tenía gran parte de la culpa, según tú. Aquella noche, tumbado en la cama, sonriendo al techo después de tanto, como el recuerdo de una vida pasada, sentí que estaba al borde de conocer un mundo distinto.

Fue entonces cuando me di cuenta de que, tal vez, estos muros me impedían ver algo que merecía la pena observar. Sin defensas. Sin armas. Sin alarmas.

Porque por culpa de las protecciones que me vi obligado a levantar no fui capaz de decir las palabras que más tarde me dedicaron. A pesar de pensar lo mismo. A pesar de ser pensamiento recurrente en aquel viaje. A pesar de que no las dije, cuando las merecías tanto como yo.

Con el tiempo he descubierto que no me estaba equivocando con la sensación de aquel 23:

Sabía que había algo distinto.

Algo que no sabía explicar.

Una sensación.

Un toque de atención.

Un consejo del subconsciente disfrazado de susurro interior, ligero e invisible, que repetía una y otra vez; ‘’has hecho bien en venir’’.

Desde el primer momento escuché esa voz. Algo, no me atrevería a decir qué, o quién, me decía que debía asistir a ese lugar. Sin más. Sin argumentos lógicos. Simple y llanamente quería ir. Sin saber por qué. Sin preguntarme un porqué. Anhelaba el día 23. Tanto que ni recordaba el último año que sentí una ilusión parecida durante esas 24 horas.

Algunos lo llamarían Destino, quién sabe. No es la primera vez que el viejo Fátum se me presenta para darme consejo. Sólo sé que, si esto fue obra de él, me alegro de haberle hecho caso, pues mi regalo de este año fue una excepción de esas que la vida se encarga de ocultar para que no sean fáciles de encontrar.

Desde entonces te has encargado de confirmar que el número 23 era especial. Que, de una forma u otra, no solo me había acompañado desde el principio, sino que había viajado incluso con él, sin saberlo, hasta ti.

Escuchando a esa sensación que sigue susurrándome un toque de atención, investigué. Hallé el significado oculto de un número que hasta entonces no era más que una simple fecha para mí. Y descubrí que, de nuevo, tenías razón.

Descubrí que quienes nacen bajo sus horas son personas sinceras, emocionales e imaginativas. Pero lo que me dejó sin habla fue saber que era un número asociado a la escritura. A tener pasión o facilidad para escribir. A ser personas nerviosas, pero que ocultan que lo son. Personas que son felices dando felicidad a otros a veces por encima de ellos mismos. El 23 es un símbolo de unión. De complicidad. Pero entonces, descubrí una frase que me heló la sangre:

’Un número 23 seguirá apareciendo en tu vida hasta que le prestes la atención que merece y empieces a aceptar que sus avisos no son simples coincidencias’’.

No creo que todo esté escrito. Me gusta pensar que soy dueño de mi propia historia. No creo que nos limitemos a seguir un guion preestablecido antes de nacer. Pero sí que creo que existen puntos clave que debemos alcanzar. Momentos y personas que, de una forma desconocida y no planificada, acabarán llegando. Como una partida de cartas a oscuras; una partida en la que te dan una mano y tú habrás de jugarla inevitablemente, pero sin saber en ningún momento cómo se desarrolla el juego, ni si es el momento oportuno para usarlas.

Fragmentos de nuestra historia que estamos destinados a vivir. Lugares en los que debíamos estar. Personas que teníamos que encontrar. Por muy lejos que estén. Por muchos años que pasen en silencio.

Dicen que destino y casualidad son enemigos. Que o crees en uno u crees en otro. Yo no pienso así. No creo que sean rivales:

Creo que hay casualidades destinadas a ocurrir.

Por eso creo que tú sucediste. Por eso pienso que debía viajar hasta allí. Porque por primera vez desde que me obligaron a no creer en lo inexplicable, vi en tus ojos la magia que a mi mundo tanto le hacía falta recuperar. Una magia que, ahora sé, también percibiste en mí a pesar de que la di por muerta hacía ya demasiado.

Si escribo esto es para darle las gracias al 23. Para que sepa que le entendí. Pero si lo hago hoy, es para devolverte el favor a ti.

Puede que no lo sepas aún, pero este Reino, esta corona quebrada lleva muchas historias a su espalda. Sin embargo pocas personas han sido protagonistas de alguna de sus páginas.

Y aquí, en la noche más mágica del año, de nuevo 23 casualmente, frente a una playa que en la distancia comparte aguas con las tuyas, quiero que tu nombre protagonice un capítulo en esta historia a la que llamo ‘vida’.

No sé por qué pero siento que a partir de ahora el 23 de mayo empezaré a verlo con otra perspectiva. Que lo esperaré no solo por mi cumpleaños. No solo por el tuyo. Lo recordaré específicamente por ese 23 del año 2021. Como un amanecer tras una noche demasiado larga. Como una señal de que todo empezaba a cambiar al fin. Como ese día en que en tus ojos vi algo que ni sé, ni me hace falta comprender.

Los fantasmas de esta noche me susurran que una sombra se esconde tras este número para ti. Que hay algo acechando todavía en tu historia que nubla parte de su nuevo significado. No preguntaré por su naturaleza, pues como ya he dicho, sé que existen límites que no deben sobrepasarse. Soy de los que piensan que la confianza no se pide: Se gana. No es derecho sino privilegio. Pues cuando uno sabe que no tiene nada que ocultar, no tiene más que dejar que el tiempo se convierta en testigo de sus palabras. Por eso no te la pediré; esperaré a que te asegures de que la merezco.

En las aguas de esta orilla veo reflejado ese día en que me limité a disfrutar. A ser yo, sin saber el motivo, después de muchos años. Sin preocuparme. Sin recordar que las defensas de mi reino estaban bajadas. Sin recordar que, en teoría, debían permanecer en alto.

Ese día disfruté porque todo era sencillo. Sin normas. Sin esquemas perfectos. Estaba allí, contigo, deseando no tener que marcharme al darme cuenta que las horas pasaron demasiado pronto.

Ese día recobré parte de mi magia. Deja que ahora sea yo quien te devuelva el favor.

Frente a la noche más mágica del año quiero que sepas que no mereces mis murallas. Que he soltado la antorcha. Que mi Reino, por primera vez en años, se fía de alguien. Se fía de ti. Si quieres conocer, conocerás. Si quieres preguntar, responderé. No habrá escudos hacia ti pues una excepción como tú no merece encontrarse con las defensas construidas por culpa del resto.

Aprendí a vivir con el miedo y la desconfianza de ser yo. Y ahora resulta que ser yo también puede valorarse.

Todos tenemos nuestros fantasmas. Pero nadie merece cargar con el peso de lo que otros dejaron atrás. Mi mejor versión estará aquí, sonriente, transparente, buscando uno de esos ‘no puedo parar de reír’ que tanto me gustan.  No puedo decir que mi corona esté restaurada. Su daño es difícil de aliviar después de acabar moribunda tras su batalla final, pero lo está intentando. Le has devuelto una de sus piezas más importantes que durante todo este tiempo creí perdida para siempre, pues estoy aquí para vivir el momento, no para planificar la mejor forma de hacerlo.

Esta noche tu aprendiz de brujo conjura su primer hechizo.

A las llamas de esta hoguera prohibida recito unas palabras para que en mi Reino quede escrito tu nombre. A las aguas de esta orilla pido verme reflejado en ti de nuevo. Al cielo nocturno del 23 le doy gracias por el hechizo de esa mirada. Frente a la magia de los espectros de esta noche rechazo toda lógica que pueda llegar a frenar mis pies.

Durante años me hicieron creer que ser yo mismo no era suficiente. En un solo día me demostraste que se equivocaban.

Porque la prueba de lo que has logrado es que me vuelva a atrever a escribirle a alguien.

Porque sin saberlo hiciste revivir a una corona destrozada.

Aquel día me recordaste que existían otros mundos.

Aquel día me recordaste que sabía ser feliz.

    Si tengo que arriesgarme contigo, prefiero pasarme de entusiasmo a quedarme corto por miedo.

             Vii Broken Crown

             ''¿De qué me sirven los rezos si no existes? Pues tu silencio quiebra mi fe''. -Mägo de Oz, Bajo mi piel-

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